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El Matrimonio Arnolfini de Jan Van Eyck |
“Látigos, bastones, flagelos y correas, pinchado con
agujas, medio estrangulado, frotado con cepillos” es parte del menú de los
servicios que ofrecía Theresa Berkeley dentro de la privacidad y discreción de
su casa y que detalla Ivan Bloch en la Vida
Sexual en Inglaterra. El burdel y el arte comparten el valor del encierro. Desde
la representación de Cupido con una flecha-falo dispuesto a penetrar con su
arma y subyugar a su víctima dentro del traumático proceso de la tentación y el
deseo, el desarrollo de las relaciones carnales en el arte tomaron la estrecha
habitación del lienzo como un sitio propicio para todo lo que en la habitación
real y cotidiana no cabe. Venus vive en una deliciosa ociosidad que le permite
estar desnuda en la mayoría de las pinturas, rodeada de niños regordetes de
libido precoz, que la besan y acarician. Velázquez crea una versión con el culo
de Venus en primer plano, Cupido sostiene un espejo, ella se mira, se satisface
con el amor que se prodiga sola, en la intimidad de su cama.
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Detalle del Matrimonio Arnolfini de Jan Van Eyck. |
La pintura permite que la habitación sea un universo con
dimensiones físicas y temporales inabarcables, inenarrables. Jan Van Eyck pintó
el Matrimonio Arnolfini y sacó de
proporciones el recinto conyugal, lo exhibió como el sitio en el que todo es
posible que suceda. La pareja existe cuando entra en un espacio que le permite conocerse,
soportarse y gozarse. Es una pintura con insinuaciones y con indiscreciones, el
espejo cóncavo que refleja a los personajes y a una cuarta pared, la escobilla
que cuelga al lado de la cama, que según las recomendaciones de la señora
Berkeley, tiene un uso especifico para la pareja. La linealidad no existe en el
arte, que puede ir y venir sobre sus propios pasos, y encontrar el final de una
historia, antes de su inicio.
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Pintura de la serie de Benamín Domínguez a partir de Van Eyck. |
El original de Van Eyck es el último cuadro de la
serie que Benjamín Domínguez hizo a partir de esta escena. En la secuencia de
pinturas de Domínguez la pareja vive en un tránsito claustrofóbico que va del
placer a la tortura, podría ser una de las habitaciones de la señora Berkeley o
una odisea circular, sin salida, sin escapatoria. El escenario permanece estático
para que dentro de esas paredes una pareja se someta a diferentes pruebas. Como
constancia de su relación se tatúan las marcas de una promiscuidad indeleble,
se martirizan dentro de cámaras de castigo, son golpeados por las autoridades,
se desnudan, levitan en éxtasis, cambian de sexo, hasta que superados todos los
obstáculos, quedan en la posición que les dictó Van Eyck hace 6 siglos. Las
escenas de Domínguez son una sucesión de metáforas pero también son un
encabezado sensacionalista, en una de las pinturas hay tres fotógrafos
cubriendo un asesinato, captando cada detalle del lugar y de la pareja.
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Pintura de la serie de Benamín Domínguez a partir de Van Eyck. |
Lo que ocurre dentro del cuadro no puede vivirse
afuera. La pareja amurallada es vulnerable, no consigue guardar sus secretos,
la imaginación, la irrealidad dejan atrás a la realidad. Los secretos
inventados son más terribles que los verdaderos. El arte permitió que el encierro
se desmoronara respetando una convención artificial: esas paredes tenían que
estar presentes para que la invasión existiera. El artista se convierte en
nuestros ojos y nos deja ver lo que otros hacen, materializa hasta la escena más
improbable y con esto la vida de cualquier individuo, de cada ser vulgar se
convierte en una pequeña leyenda. El espacio interior evoluciona sobre su
propio eje, es prisión, escaparate, caparazón, estuche, protección, es
receptáculo del placer o de la angustia.
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Pintura de la serie de Benamín Domínguez a partir de Van Eyck. |
En un aposento sucede desde La Anunciación de Fra Angelico hasta La muerte de Marat de Jacques-Louis David. El arte nos demostró, antes
de que lo supiéramos, que no queremos nuestra privacidad, queremos la de los
otros y que buscamos constantemente motivos para violarla. Lo que no podemos
ver lo especulamos y entre más tenemos vetada la vista al interior más crece
nuestra invención, nuestra sed de mirar. Con una imagen desahogamos esta
necesidad, satisfacemos la insana pasión de estar dentro de otras vidas, de
otro presente. Se destruyen las fronteras morales, la trivialidad se magnifica
y la tragedia es asimilable dentro de las fronteras físicas del lienzo.
Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto de Milenio Diario el sábado 16 de febrero del 2013.