En el club del millón están los que ya se decidieron por ser decoración y no meterse en los conflictos teóricos sobre el proceso de la obra y el significado, las obras más caras podían estar de adorno en un centro comercial: Kusama no evoluciona y sigue con sus flores gigantes de colores y diseño infantiloide en 850 mil dólares. Las mariposas y los insectos de Hirst ahora presos en un espejo, en 3 millones de libras, creo que varios compradores padecen entomofobia porque no se vendió. Raqib Shaw con una pintura circular de orgiástica composición, con la influencia fantástica de la India, 1 millón 500 mil dólares. Anish Kapur que ya es un valor seguro para recuperar la inversión de poner un stand, tenía en varias galerías sus famosas piezas de acero cóncavas, cada una en 1 millón 30 mil dólares.
El kitsch de un parque de diversiones está en los juegos, premios y suvenires, si le atinas al tiro al blanco te regalan un oso de peluche, Koons ha tenido éxito vendiendo cara la vulgaridad y convirtiendo el mal gusto en símbolo de estatus, un elefante de metal de colores en 20 millones de dólares. La gente se fotografiaba junto a él y sonreían con el brillo de su precio. Las impresiones digitales y panfletarias de Barbara Kruger, parece que las compran porque las consignas les dan atmósfera de compromiso y dejan de ser un simple plagio impreso, las grandes en 3 millones 500 mil dólares.
También había obras de bajo costo para compradores de menos presupuesto, entre las que más llamaron la atención por sus posibilidades de ser reciclada cuando esta burbuja se rompa, estaba la obra de Martin Creed, ese fabricante de chistes visuales, una pirámide de rollos de papel de baño y una serie de dibujos que demuestran su nulo talento, en 90 mil euros. Si consideramos que esta pieza apareció en casi todos los medios, está más que justificado el sacrificio de la galerista de ir al Wal-Mart a comprar los rollos de papel y montar la “escultura”. Al cuestionarla sobre la posibilidad de que Creed “hiciera” otra pieza y la volviera a vender, dijo que era imposible, que ella misma garantizaba que era pieza única, la estética de los gerentes de supermercados dicta en el arte. La feria aportó pocas novedades, son prácticamente los mismos artistas, ofreciendo sus obras de siempre, la mayoría tiene una sola pieza que hacen en diferentes versiones, como los neones de Tracy Emin o las fotos de Cindy Sherman disfrazada. Es evidente el lugar de confort en el que se encuentran así que no es necesario que traten de aportar algo dentro de sus rangos mínimos de producción, porque tienen la protección servil de la abúlica crítica que se traga lo que sea como arte, esa crítica que se jacta de su ridícula erudición y que es lo único barato en esta feria, tanto, que con una propina se conforman.