jueves, 30 de mayo de 2013
lunes, 13 de mayo de 2013
domingo, 12 de mayo de 2013
SUMISOS ANTE LA REALIDAD.
![]() |
lorentijn Hofman, Giant “Rubber Duck” 2013. |
El proceso cognitivo del pensamiento abstracto nos permite la
asimilación, interpretación y dominio de la realidad. Este pensamiento nos
aleja de la literalidad, nos obliga a procesar y a implicar nuestra posición individual
ante un todo que de otra forma nos tragaría y nos nulificaría como personas. La
realidad es inabarcable y es gracias al proceso cognitivo de la abstracción que
podemos separar un fragmento, exponerlo, desmenuzarlo, reinterpretarlo y darle sentido
a la realidad misma. El arte es pensamiento abstracto.
De esta forma el ser humano pudo adueñarse de la realidad
para un fin fundamental: darle su propio valor. Con el arte el individuo es el ser
que le da sentido a la realidad y, además, tiene la libertad para decidir qué
es lo real. Decide que sus emociones, que su interior más prohibido, las
pesadillas, las perversiones, las ilusiones sean reales y que él posee el lenguaje
y la capacidad para darles visibilidad y existencia dentro de las fronteras de
papel, del lienzo, de la arcilla. El arte se convierte en el vehículo para
crear una realidad paralela, y con esto surge la rebelión más grande a la que
el ser humano tiene acceso: el arte cambia a la realidad. La destruye, la magnífica,
la expande, la difama, la hace mejor o peor de lo que es. Dice Richter
“Olvídense de los predicadores y los filósofos, los artistas son las personas
más importantes en este mundo”. En un paisaje no está el terreno, está el aire
de la atmósfera; en un retrato no está una persona, está el interior desnudo de
una psique; y logra que la tragedia esté contenida en el color. La obra abstrae
a la realidad y la trastoca, la hace suya.
Hasta que llegó la sumisión entreguista y cobarde del
readymade; hasta que la retórica tomó por asalto al arte y un grupo de académicos
sin capacidad creadora usurpó el lugar de los artistas y posicionó al objeto
sin factura y sin pensamiento abstracto en un pedestal. El auto llamado artista
medroso a la emancipación se puso de rodillas y claudicó ante la realidad, no
pudo abstraerla y dejó de entenderla, se humilló ante el objeto de consumo prefabricado,
plagió las obras de otros o las mandó hacer. Dejó de crear. Si quiere insultar
imprime un letrero, si quiere denunciar interviene un periódico, abandonó al
pensamiento abstracto para encubrir otro miedo: mostrarse a sí mismo a través
de la obra.
Una mancha en el lienzo dice más que unos zapatos pegados,
una pincelada furiosa dice más del ser humano que unos muebles desvencijados y un
pato de goma gigante. El artista que es capaz de revelarse de la realidad
reinventándola en la síntesis de un dibujo a tinta en blanco y negro, se
muestra con cada obra, con cada decisión. Un grabado, una pintura dicen tanto
de su creador que estremece estar frente a la intimidad expuesta, inquieta el
valor, la audacia de alguien que expone a sí mismo. Colgar unos alambres
enredados, intervenir animales disecados, o meter monedas en un frasco y
llamarlo arte es someterse a la realidad, es la confortable oscuridad que evade
del compromiso de descubrirse a través de la obra. Manifestarse, emanciparse a
través de la creación es una misión ingrata, sin promesa de éxito, sin
garantías de ningún tipo.
Estamos en la época de la comida prefabricada, del arte
prefabricado, de los sabores artificiales, de los artistas artificiales ¿por
qué ir en contra de eso? ¿Por qué no dejar que el arte sea pre hecho por las
teorías y no por los artistas? Es más fácil dejarse llevar por el arrollador
impulso de la mayoría, por el unificador grito de la masa y hacer arte
obediente sin diferencias entre una obra u otra. Es una inmensa responsabilidad
decidir cómo debe ser el mundo, inventar un lenguaje individual, único, alejado
de la obviedad y la literalidad del arte enclavado y esclavizado en el estilo “contemporáneo”.
Por eso lo más sensato es vivir en la tranquilidad de la obra sin implicaciones
emocionales, racionales y emancipadoras. Conmover con un lienzo, marcar la
realidad de otra persona con un dibujo, romper la tridimensionalidad espacial
con un grabado, esa libertad, esa disyuntiva, es una carga que no pueden
soportar los pusilánimes sobre sus frágiles hombros.
Publicado en el Suplemento Laberinto de Milenio diario el sábado
11 de mayo del 2013.
sábado, 4 de mayo de 2013
ENTREVISTA PARA LA REVISTA EMEEQUIS.
emeaquí
Avelina Lésper, crítica
“En
el arte de hoy
todos
quieren ser
bonitos”
Por
años ha clasificado las propuestas del arte contemporáneo en limitadas
categorías: farsa, chistorete, mediocridad. A ella no le impresiona un pedazo
de concreto iluminado por luces de neón, ni la cautiva una montaña de ropa
sucia exhibida en la sala de un museo.
Por Tatiana Maillard | tmaillard@m-x.com.mx
• @MadameMaillard
Fotografía: Eduardo Loza
Avelina
Lésper ha dejado claro que lo suyo no es la condescendencia: una caja de
zapatos vacía es una caja de zapatos vacía y nadie la convencerá de lo
contrario. No sonríe, al menos en público. La dureza de su crítica es similar a
la de su voz. En cambio, la mano con que saluda es ligera, una contradicción
ante el sentido de sus palabras: “En el arte de hoy, todos quieren ser bonitos.
Como si fueran una... tienda de Hello Kitty”.
Usted defiende que el público debería de perder la
solemnidad cuando asiste a una exposición, y si la obra es una burla, reírse en
la sala.
El arte contemporáneo hace un esfuerzo enorme por ser simpático, por
ser irreverente, irrelevante, complaciente, facilón, por caer bien. La mayoría
de las obras de arte contemporáneo son chistoretes. Los artistas suelen justificar: “estamos abordando
el tema con ironíiiiia (alarga esa vocal)”. La gente entra al museo y se
transforma. Se vuelve solemne y así ve la obra, ¡con solemnidad! El público
adopta la actitud de “estar en un museo, frente a una obra”, cuando ésta tiene
el nivel como para mostrarse en un programa cómico de la televisión. Lo que sugiero
a la gente es que reaccione en consecuencia de lo que ve. Si la obra consta de
unas latas de comida para gato encima de una sandía, de un Gabriel Orozco que
se esfuerza por ser chistoso, ¡pues ríete de su chiste!
¿No desiste de asistir a las ferias de arte?
Es parte de mi trabajo. Estar en Maco, Art Basel y... ¡bueno!,
para empezar, Maco (México Arte Contemporáneo) es una feria muy provinciana. En
México nos encanta propagar mitos, aunque no tengan una base real. Ya se engrosa
la fila de aquellos que creen el mito de que Maco es importante a nivel
internacional. Mentira. El mercado del arte mexicano no figura mundialmente. En
México se vende y se compra muy poco arte. Es ridículo que en condiciones así,
esta feria tenga nivel mundial. Está lejísimos de la Feria de São Paulo, por
ejemplo. Además, es bastante mediocre lo que se ofrece por dos razones: porque imitamos
lo que hacen en el extranjero tratando de aparentar que somos internacionales,
y porque las galerías que se presentan llevan obras sin calidad, ni de factura ni
estética, ya no hablemos de complejidad.
¿Alguna vez intentó pintar?
No. Únicamente hago análisis del fenómeno artístico.
¿Realizar obra en otro formato?
No. Jamás. Toda mi formación ha sido con base en la historia del
arte. El análisis de una obra no implica que tengas que hacer la obra. El
ejercicio crítico siempre ha existido separado de la factura. Y ahora sí que te
lo digo: eso viene desde los primeros críticos. Desde Aristóteles. Escribió la Poética, pero no era dramaturgo. Y aún así deja claro
todos los cánones bajo los que se debe escribir la tragedia. Lo que sucede con
la crítica es que es una mafia donde hay mucho tráfico de influencias y de
favores. Ahora resulta que un curador es, además, artista y crítico. Con ese
juego de intereses es imposible que critiques una obra si buscas solicitar ese
museo para exponer tu propio trabajo. Entonces siempre vas a decir que lo que se
expone es maravilloso.
¿Qué tanto equilibrio existe entre su emoción y su razonamiento?
La contemplación estética es racional y emotiva. Necesitarías
tener un problema de esquizofrenia para no emocionarte ante una obra. Lo que sucede
con muchas expresiones del arte contemporáneo es que no producen emociones
porque es un arte ascéptico, frío, que no comunica nada.
¿Qué obra le ha provocado la más grande impresión?
Yo he visto obras desde niña. Uno observa valores con los que se
va identificando. Hay una cosa muy grave: están desasociando la aportación de
memoria en el arte. No es invención mía: entendemos la realidad a través de la
memoria, es una cuestión neuronal. Estas obras no te aportan memoria. Así que
es imposible que te aporten una explicación de la realidad. El arte aporta
memorias a lo largo de tu vida, lo que vas leyendo, lo que escuchas de música, lo
almacenas. Literalmente. Yo fui almacenando mis experiencias estéticas. Por
eso, al momento en que veía en el MoMA unos ganchos doblados de Yoko Ono, decía:
“Bueno, a mí no me despierta nada” y decidí separarme de eso. Dije: “Para mi
bagaje personal, para mi experiencia de vida, yo quiero otra cosa”. Es una
decisión de existencia.
Alejarse de todo lo que sea ready made...
El ready made no es arte. Es una expresión sumisa de la
realidad.
…o simpático.
Bromas y chistoretes hace todo el mundo y no les debes dar
categoría de arte (tartamudea molesta). Es una enfermedad del ser humano querer
agradar. Pero el arte no está para eso.
¿Qué edad tenía cuando vio la pieza que…
Yo tenía 11 años cuando deseaba robarme El Jardín de las Delicias
(de El Bosco) del Museo del Prado. Obviamente es imposible.
Pero cuando iba de niña, ese museo estaba en abandono total. ¡Había goteras! Y bueno,
hubo gente que llegó a colgar sus obras en las paredes. Pasabas, las veías y
notabas que no eran parte de la exposición porque no tenían cédula. Ahora debes
preguntar si el extinguidor no es parte de la exposición. Quería que ese cuadro
fuera mío. Es tan bello, me llena tanto, es tan violento. Todos esos seres
copulando con animales y flores y vegetales. Ese infierno… ¡tendría que ser
mío! Estudié para apoderarme del arte, hacerlo mío. Después empecé a ver otras
cosas en el MoMA y me dije: “Eso no lo quiero en mi vida”. Hay ideas que el
público debe abandonar. Como el clásico: “Si no te gusta es porque no entiendes
la obra”. ¡Eso no existe! No debes entender nada de los orines de Wilfredo
Prieto en la Sala de Arte Público Siqueiros (instalación Two Blondes. Beer and Urine. 2012). ¿Qué debes entender? ¡Son los mismos
orines que hay en una banqueta! No hay mensaje. Y si lo hay, es impuesto. No hay
inteligencia.
¿Qué obra le despertó por primera vez esta
indignación?
De las primeras que recuerdo, fue una que vi en una exposición en
Los Ángeles. Obviamente no recuerdo ni cuál era la galería. Pero la obra era un
sillón desvencijado con una bandera de Estados Unidos encima. Pensé que si ya teníamos
que asumir cosas así como arte, pues el arte simplemente ya no me iba a
interesar.
¿Qué edad tenía cuando decidió eso?
Unos 13 años.
Una niña de carácter severo.
Es que a esa edad te empiezas a rebelar. Si tienes suerte,
encuentras el arte. Si no, encuentras las drogas.
¿Por qué esa relación tan cercana con los museos en
su adolescencia? ¿Influencia de sus padres?
¡Ay, no! Yo provengo de un hogar como el de todo el mundo: ¡horrendo!
Pero cuando de la escuela me mandaban al museo, estaba atenta de lo que había.
Por eso me parece genial que los maestros manden a los niños a las exposiciones.
Aunque la gente se queje de que sólo van a copiar, no importa: lo que copien,
se les pega. Y qué bueno que tengan que escribir en un cuaderno. Con ese
ejercicio, algo se les pegará en la cabeza.
¿Alguna vez duda de su juicio ante una obra?
No.
¿Nunca?
Tenemos una sola vida. No hay tiempo para dudas. Las instituciones
trabajan por imponer un tipo de ideas y de obras. Que se encarguen ellos de sacarme de mis certezas. ¿Te tienes que
comportar con el mismo respeto ante unos aguacates expuestos por Gabriel Kuri,
que si estuvieras frente a un cuadro de Francis Bacon, que es genial? Además,
es una mentira lo del acercamiento con el público. Si te acercas a tocar los aguacates,
¡así te sacan del MUAC! (truena los dedos).
Cuando usted critica una obra como la de Teresa
Margolles…
Ah, sí. Sus mentiras.
…¿hay repercusiones?
Yo estoy fuera del sistema y de las instituciones. Ni soy
becafirmante, ni pertenezco al sindicato del Instituto de Investigaciones
Estéticas de la UNAM. No pertenezco a ningún museo, ni me hace libros
Conaculta. Soy marginal. Quiero mantener mi independencia. Recientemente, en
Maco, las galeristas de Teresa Margolles me sacaron, porque estaba su libro de
fotocopias de nota roja de Ciudad Juárez. Yo me encontraba haciendo una cápsula
para televisión (Avelina conduce El milenio visto por el arte, transmitido por MilenioTV) y decía que esa obra no tenía valor
estético, que sólo hacía escarnio de la pornografía de estos periódicos, que
costaba 5 mil dólares y estaba avalada por un texto de Cuauhtémoc Medina... ¡y
me sacaron! “La libertad de expresión de este arte”, “la interacción con el público”.
Ajá.
¿Cómo mide el impacto de sus críticas?
Las reacciones son encontradas. Hay quien aprueba lo que digo y
hay quien dice cosas horribles de mí.
¿Enemigos?
Hay gente a la que le estorba que esté opinando, en primer lugar,
por dinero. Esto afecta el mercado del arte. Si dices: “Esto no es arte. No vale
lo que piden. El precio es una imposición artificial para generar un mercado
ilusorio, sin valor tangible, es especulación”, generas disgusto. Al final,
esto es solamente un asunto de dinero.
¿Se queda sola?
Sí. Pero yo no estoy aquí para ser simpática.
A usted le atribuyen fundamentalismo o cerrazón ante
nuevas formas de expresión o el uso de nuevos materiales.
El material no es un asunto del arte. Te hacen creer que si usas
como material el video, estás haciendo arte, aunque la imagen en movimiento tenga
más de cien años y haya logrado unos rangos de calidad alucinante. Lo mismo
pasa con la fotografía. Resulta que la fotografía conceptual es una imagen de
pasto quemado. Y si haces una foto con calidad, con un manejo certero de los
claroscuros, donde además arriesgaste la vida porque la hiciste en Irak y,
sobre todo, quedó hermosa, ¡eso no es arte! ¡Es fotoperiodismo! La cerrazón es
por parte de quien nulificó la factura y la inteligencia para aprobar la
mediocridad como arte.
También dicen que a usted únicamente le gustan la
pintura y la escultura, y fuera de eso nada le parece importante.
¡Pero! ¡Pero te anuncian una instalación y resulta que es un
tenderete de ropa y bolsas de plástico tiradas en el piso! ¿Por qué tenemos que
emocionarnos ante eso? Puedes hacer escultura con infinidad de materiales y la
pintura no ha dejado de evolucionar. El dibujo no para de cambiar. Las artes
gráficas no se detienen. La expresión en estos caminos es infinita. En cambio,
lo que hacen a partir de lo que llaman “otros medios” es limitadísimo. Nosotros
nacimos con una televisión y es increíble que estas personas no sepan hacer
video ni usar programas de cómputo. ¡Hay tremendos videojuegos! ¡Tremendos
efectos especiales para el cine! ¡Programas para ir más lejos en la imagen
digital! Y ves lo que ellos hacen con la computadora… Es de cibercafé. Los
medios no hacen al arte. Es la maestría con la cual los usas, lo que hace al
arte. Los limitados son ellos.
¿La suya no es una batalla perdida?
El arte lo es. El arte se hace con fracasos. Las batallas ganadas
son de Gabriel Orozco. ¡Seis museos! ¡Eso es éxito! Yo tengo una columna en un
periódico.
Me refiero a que, pese a la crítica, siempre habrá un
cesto de ropa sucia exhibiéndose en alguna sala.
Sí. Pero en México somos mediocres. Solamente se exhiben tres suéteres
y un pantalón. ¡Deberían ver las montañas de ropa de (Christian) Boltanski!
¡Esas sí son inmensas! Aquí somos hasta pichicateros.
¿Qué tanto influye la estima, la animadversión o el
cariño en su crítica?
Yo no tengo relación con nadie. Conozco poquísima gente. Quizá funcione
para curadores que meten amigos suyos en museos. Pero en mi caso, no juega,
porque yo no tengo tiempo de amar ni de odiar. Mi relación con la gente es a
través de su obra. Por eso nunca hago ataques personales. No me interesa
conocer a la gente.
¿Cuándo le satisface una pieza?
A mí siempre me va a sorprender la inteligencia. La inteligencia
es belleza. Por eso el arte contemporáneo nunca alcanza ese rango. Porque se
preocupa por ser bonito, como Takashi Murakami, Jeff Koons, Damien Hirst. Se
preocupan por ser bonitos, como si fueran una... tienda de Hello Kitty. En cambio,
ves una pintura de Rembrandt y te fascina cómo resolvió enfrentarse con el
lienzo vacío. Eso fascina. Me sorprende que la gente compre cosas menores. Pero
eso es especulación.
¿Usted ha adquirido piezas?
Sí. Tengo un Piranesi.
¿Coleccionista?
No. No tengo ingresos para comprar arte. Sólo asesoro.
Imágenes realizadas
en la Galería Eje Central, con apoyo de Tarsicio
Padilla.
Eje Central 425, colonia Narvarte.
ENTREVISTA A DANIEL LEZAMA EN EL MILENIO VISTO POR EL ARTE.
Entrevista realizada en el estudio de Daniel Lezama en la ciudad de México.
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