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Felicien Rops |
El castigo más exhibicionista y poderoso es la
crucifixión, y es exclusivo de los hombres. Desde que la cruz se incorporó como
parte de la simbología monoteísta, una condena para criminales aplicada en un
hombre es religiosa, devocional y santifica, pero si en esa cruz está colgada
una mujer la imagen es una incitación y una ofensa sacrílega. Es el abismo
entre la compasión y la estigmatización. La crucifixión del hombre lleva a la
salvación, la de la mujer a la insatisfacción.
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Felicien Rops, La tentación de San Antonio. |
Felicien Rops y Albert von Keller retan a este
prejuicio y hacen de este suplicio un acto de promiscuidad, de entrega y
cuelgan mujeres con los brazos extendidos, desnudas y dispuestas. Rops afirmaba
que amaba los placeres brutales y vivió años en un triángulo amoroso con las
hermanas Aurelie y Leonine Dulac a las que fusionó en un solo nombre
“Aureleon”. La crucifixión de Rops está dibujada a lápiz, es la Tentación de San Antonio, la mujer
usurpa el lugar de la fe, la cruz se erige sobre el reclinatorio de Antonio. Él
tiene la ropa hecha andrajos, la mira horrorizado, y ella ríe divertida de la
escena, de causar esa impresión en un hombre que se supone inmerso en
meditación y sin embargo bastan unos instantes para que su atención se disperse
y el miedo se haga un sitio en donde sólo debería entrar la fe. Despojada de su
connotación religiosa, esta tortura traspasa la noción del dolor y se adentra
en el placer y el crimen. La mujer simboliza a la provocación, a la depravación
y merece ser castigada pero con una pena que exacerba el libertinaje.
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Albert Von Keller, Claro de Luna. |
Las pinturas de Albert Von Keller están creadas bajo un
erotismo siniestro y culpable. Obsesionado con el oscurantismo, ocultismo y los
fenómenos “paranormales”, seducido por las emociones inmediatas que ofrece la
superstición, buscaba un estado de peligro mental o neurosis para alimentar a
su propio imaginario. Sus obras
contienen el estado febril del pánico, de la fantasmagoría de seres que entran
por los orificios de sus víctimas incitando histerias. Las mujeres que pinta deliran
entre lujosos encajes, posesiones y trances. En su pintura El Claro de Luna una hermosa joven atada de pies y manos a una cruz
de grandes maderos, iluminada por una luz fosforescente, es la conclusión de una
terrible ceremonia, los pies le sangran, descansa agotada por el dolor, por la
violencia del suplicio. El espacio es una abstracción, no sabemos en dónde
está. Von Keller era amigo y admirador del psiquiatra forense e hipnotista
Albert von Schrenck-Notzing, investigador de los fenómenos paranormales, que
influido por las ideas de Krafft-Ebing sobre las patologías sexuales se especializó
en el tratamiento con hipnosis de estas desviaciones. Si la mujer crucificada
de von Keller, está exhausta después de una sesión hipnótica -psiquiátrica o espiritista,
la unión del erotismo femenino como enfermedad, condena o castigo, y la
posesión anormal como representación del deseo sexual, hace de la escena un
estado de transgresión y demencia. El deseo sexual se exhibe como anomalía
ejemplar, se coloca en una estaca, en una prisión para ser observado,
analizado. Esta visión deja de ser clínica, es perversa, la pena es parte del
deseo. El castigo no depura, corrompe. La consagración del instinto se castiga
con un ritual que lo detona, no hay distancia entre el pintor y la escena
creada, hay una clara búsqueda en las propias patologías.
Keller o Rops dan su
veredicto: si el deseo es culpable, ellos piden ser verdugos; si el deseo es
inocente, ellos se encargarán de pervertirlo. Estas pinturas dejan un diagnostico
irrefutable: el deseo, la implicación de la entrega, el juego desbordado no
inicia con el cuerpo, este siempre está atado, con las extremidades inmóviles,
es la rebelión de la imaginación la que va más allá de lo que el cuerpo puede,
la que rompe los límites. En la crucifixión de Rops, la tentación está
sometida, no ha sucedido acción alguna, a Antonio le basta pensar, imaginar
para que su frágil fe se desvanezca. En la de von Keller el cuerpo permanece preso,
ella duerme o está muriendo, su indefensión es conclusión. Detener al cuerpo no
detiene a una imaginación que resurge indomable. Castigar a la carne no evita
lo que le mente produce.
Publicado
en Laberinto de Milenio Diario, el sábado 16 de marzo del 2013.