sábado, 30 de marzo de 2013

EXITOSOS, RICOS Y MEDIOCRES.

Wilfredo Prieto, Orina y cerveza en el SAPS. 
 El éxito y la felicidad son parte de las imposiciones proselitistas del neoliberalismo, del capitalismo y de los regímenes totalitarios. El adoctrinamiento sucede en conferencias multitudinarias, con oradores que predican las fórmulas para alcanzar la abundancia, lograr negocios y coronar los sueños o en campos de reeducación para que se convenzan de las bondades del régimen. Los ideales publicitarios y los propagandísticos conviven con promiscuidad ideológica. La mirada al futuro optimista del realismo socialista o la portada en la revista del corazón.
Ser feliz y exitoso en el arte es un despropósito. La creación no es infalible, el arte no es una sucesión de éxitos, es un historial de fracasos. Cada obra lograda tiene tras de sí más tropiezos, más dolor, más renuncia que lo conseguido. No existe trayectoria artística sin obras fallidas. Las obras abandonadas, que el artista dejó inconclusas porque no logró lo que buscaba, son fragmentos indiscretos de una batalla pérdida. Por cada artista rico y famoso que expone sus obras en museos como el Guggenheim o la Tate Modern de Londres, hay miles que nunca alcanzaron el reconocimiento que merecían. La insatisfacción y la frustración que muchas veces implica crear arte contradicen a la quimera de vivir como personajes de una serie de televisión. Es terrible porque esta sociedad depredadora estigmatiza los fracasos y, en cambio, válida al crimen si este acarrea éxito. Presentarse con las manos vacías de triunfo es una pesadilla que ha empujado a cientos de artistas al suicidio. 
Wilfredo Prieto, su "estudio" en el SAPS. 
 Pero para aniquilar a esta tragedia y transitar por los caminos luminosos y alfombrados del éxito y la felicidad llegó el arte contemporáneo materializando el paraíso en la Tierra: se puede ser exitoso, rico y famoso y no tener un gramo de talento, inteligencia o sensibilidad. Los artistas del radymade, que no hacen su obra, montan sus “estudios” en el museo para que seamos testigos de cómo la alegría inunda la sala y “cada día el artista hace una obra de arte”: una botella de plástico, un tinaco o su orina con cerveza derramada en el piso. Otro artista documenta con cientos de fotografías la excitante actividad de cómo le crecen el cabello y la barba.
Martha Rosler, Garage Sale, en el MoMA. 
 La exultante Martha Rosler expone una venta de garaje en el atrium del MoMA y el público vive una experiencia estética gozosa comprando cojines y trastes viejos, pagando decenas de veces más que si los adquirieran nuevos en una tienda. Estas obras instantáneas proporcionan felicidad instantánea y hacen que Rilke y sus Cartas a un Joven poeta se queden en las mazmorras de la amargura. Integrar al arte en los movimientos de autoayuda aplaudiendo cualquier ocurrencia por fin espantó a la sombra traumática de culparse a sí mismo por no alcanzar la esencia de la propia creación.

Martha Rosler, Garage Sale en el MoMA
  La dicha llena el pecho, la sonrisa es incontenible ante la posibilidad de consagrarse en un museo dejando en la sala un montón de grava y restos de ladrillos, varillas y crear “esculturas amorfas” “con restos de la remodelación de la casa que él mismo habitará”. El éxito es motivo de felicidad, crea un aura que hace que esa persona resplandezca a su paso. El regocijo de no enfrentarse con la obra: ya no hay que “explorar las profundidades de donde mana la vida” como sugiere el necio de Rilke. La facilidad es parte de la comodidad, de ese sillón mullido que significa poner unos luchadores de plástico y cajas de cartón en la sala.

Pedro Reyes, performance en la Bienal de Venecia 2003. 
 El artista cuenta con la guía de un líder para lograr este estado de beatitud. El curador le da su bendición con una cédula saturada de adjetivos. El dichoso artista realiza las obras con comités de “saberes y expertos interdisciplinarios”, y además, le asignan un apoyo económico y lo mandan a la Bienal de Venecia para que se suba a un árbol y hable por un bote vacío atado a un cable.
Pedro Reyes, performance en la Bienal de Venecia 2003. 
Ante tanto dolor que hay en el mundo, ante las tragedias que cada día aparecen en las noticias es un motivo de embeleso que exista una corriente del arte dedicada a hacer felices a las personas. Habrá obcecados que escucharan a Rilke y “cargarán con su destino”, que se empeñen en hacer su obra y en experimentar el fracaso en esa lucha, siempre desigual, con la creación. Allá ellos. Para los optimistas ahí está la mágica escalinata para que suban sus dorados peldaños hasta la realización absoluta y demuestren que entre más mediocres, están más cerca del cielo del éxito.   
 Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto de Milenio Diario del sábado 30 de marzo del 2013.  

sábado, 16 de marzo de 2013

CRUCIFICAR A UNA MUJER.

Felicien Rops
El castigo más exhibicionista y poderoso es la crucifixión, y es exclusivo de los hombres. Desde que la cruz se incorporó como parte de la simbología monoteísta, una condena para criminales aplicada en un hombre es religiosa, devocional y santifica, pero si en esa cruz está colgada una mujer la imagen es una incitación y una ofensa sacrílega. Es el abismo entre la compasión y la estigmatización. La crucifixión del hombre lleva a la salvación, la de la mujer a la insatisfacción. 
Felicien Rops, La tentación de San Antonio. 
Felicien Rops y Albert von Keller retan a este prejuicio y hacen de este suplicio un acto de promiscuidad, de entrega y cuelgan mujeres con los brazos extendidos, desnudas y dispuestas. Rops afirmaba que amaba los placeres brutales y vivió años en un triángulo amoroso con las hermanas Aurelie y Leonine Dulac a las que fusionó en un solo nombre “Aureleon”. La crucifixión de Rops está dibujada a lápiz, es la Tentación de San Antonio, la mujer usurpa el lugar de la fe, la cruz se erige sobre el reclinatorio de Antonio. Él tiene la ropa hecha andrajos, la mira horrorizado, y ella ríe divertida de la escena, de causar esa impresión en un hombre que se supone inmerso en meditación y sin embargo bastan unos instantes para que su atención se disperse y el miedo se haga un sitio en donde sólo debería entrar la fe. Despojada de su connotación religiosa, esta tortura traspasa la noción del dolor y se adentra en el placer y el crimen. La mujer simboliza a la provocación, a la depravación y merece ser castigada pero con una pena que exacerba el libertinaje. 
Albert Von Keller, Claro de Luna. 

Las pinturas de Albert Von Keller están creadas bajo un erotismo siniestro y culpable. Obsesionado con el oscurantismo, ocultismo y los fenómenos “paranormales”, seducido por las emociones inmediatas que ofrece la superstición, buscaba un estado de peligro mental o neurosis para alimentar a su propio imaginario.  Sus obras contienen el estado febril del pánico, de la fantasmagoría de seres que entran por los orificios de sus víctimas incitando histerias. Las mujeres que pinta deliran entre lujosos encajes, posesiones y trances. En su pintura El Claro de Luna una hermosa joven atada de pies y manos a una cruz de grandes maderos, iluminada por una luz fosforescente, es la conclusión de una terrible ceremonia, los pies le sangran, descansa agotada por el dolor, por la violencia del suplicio. El espacio es una abstracción, no sabemos en dónde está. Von Keller era amigo y admirador del psiquiatra forense e hipnotista Albert von Schrenck-Notzing, investigador de los fenómenos paranormales, que influido por las ideas de Krafft-Ebing sobre las patologías sexuales se especializó en el tratamiento con hipnosis de estas desviaciones. Si la mujer crucificada de von Keller, está exhausta después de una sesión hipnótica -psiquiátrica o espiritista, la unión del erotismo femenino como enfermedad, condena o castigo, y la posesión anormal como representación del deseo sexual, hace de la escena un estado de transgresión y demencia. El deseo sexual se exhibe como anomalía ejemplar, se coloca en una estaca, en una prisión para ser observado, analizado. Esta visión deja de ser clínica, es perversa, la pena es parte del deseo. El castigo no depura, corrompe. La consagración del instinto se castiga con un ritual que lo detona, no hay distancia entre el pintor y la escena creada, hay una clara búsqueda en las propias patologías. 
Keller o Rops dan su veredicto: si el deseo es culpable, ellos piden ser verdugos; si el deseo es inocente, ellos se encargarán de pervertirlo. Estas pinturas dejan un diagnostico irrefutable: el deseo, la implicación de la entrega, el juego desbordado no inicia con el cuerpo, este siempre está atado, con las extremidades inmóviles, es la rebelión de la imaginación la que va más allá de lo que el cuerpo puede, la que rompe los límites. En la crucifixión de Rops, la tentación está sometida, no ha sucedido acción alguna, a Antonio le basta pensar, imaginar para que su frágil fe se desvanezca. En la de von Keller el cuerpo permanece preso, ella duerme o está muriendo, su indefensión es conclusión. Detener al cuerpo no detiene a una imaginación que resurge indomable. Castigar a la carne no evita lo que le mente produce.

Publicado en Laberinto de Milenio Diario, el sábado 16 de marzo del 2013.

domingo, 3 de marzo de 2013

THERE´S NO BUSINESS LIKE ART BUSINESS.

Ricardo Rendón, Área de trabajo, 260 mil pesos = 20 mil dólares. 
 Los presupuestos que maneja la UNAM se hacen con la obligada discrecionalidad y opacidad de un grupo que se desarrolla con “autonomía” y sin rendir cuentas a nadie. La adquisición de obra que, según su Dirección General de Patrimonio Universitario, se llevó a cabo durante el ejercicio 2007 hasta lo que llevamos del 2013, suma un monto de 13 millones 478 mil pesos. Esto parece poco dinero para incrementar el acervo universitario si tenemos en cuenta que la exposición de Cildo Meirelles trascendió que le invirtieron 8 millones y que el camión de cascajo de Teresa Margolles costó 1 millón 600 mil. Por un lado el presupuesto universitario se agota en montar exposiciones con obras efímeras que no crean acervo, y por otro, está el desequilibrio en el criterio de adquisición. La UNAM ha hecho una causa de la marginación de las artes plásticas de sus museos, y ahora más con la homologación que dictaron Teresa Uriarte y Graciela de la Torre para no dejar sitio a expresiones que no requieran de sus curadores. El criterio de compra evidencia su apoyo una sola corriente estética y lo hacen con dinero que proviene de los contribuyentes: se está utilizando el erario para posicionar artistas. De esta inversión de más de 13 millones únicamente 2 millones 702 mil pesos fueron dedicados para adquirir artes plásticas, y eso que entre las obras listadas hay un lienzo blanco de Mónica Castillo por 176 mil que se pudieron haber ahorrado y un busto en bronce que retrata a la madre del ex rector Juan Ramón de la Fuente, con un costo de 80 mil, un homenaje que se pagó con dinero oficial y se inscribió como obra de arte. El resto del dinero: 10 millones 700 mil pesos fueron para adquirir arte VIP, video, instalación, performance.

Georgina Bringas, tablita con mini dvtape, 58 mil pesos = 4500 dólares.  

La obra-ocurrencia-chiste, este estilo contemporáneo es de lo más simpático, de Abraham Cruzvillegas, Flebitis, la compraron por 182 mil, y son un par de botas con unas peras de boxeador adentro. Las cobijas de Teresa Margolles que basan su valor artístico en la ficción de que eran para cubrir cadáveres, la UNAM pagó 575 mil tragándose esa historia. De Francis Alÿs, revistas, papeles varios y unos perros metálicos, 1 millón 100 mil. Unas mamparas de metal y concreto y 6 impresiones digitales, 1 millón 45 mil de Damián Ortega. 16 fotos conceptuales, es decir sin valor estético, de Minerva Cuevas en 297 mil; nada qué ver con los 7 mil 700 que le pagaron por cada una de sus fotos a Pedro Meyer, que si es fotógrafo. De Gabriel Kuri adquirieron dos piedras y sus recibos del súper mercado en 158 mil y unas placas de mármol con una lata de refresco en 118 mil. A Georgina Bringas le pagaron 58 mil por unas tablitas con minidv tape pegado. Sofía Taboas le dieron un total de 455 mil por objetos como pelotas de plástico y tablas de madera. Un coche cubierto de azulejos de Betsabeé Romero, 198 mil. 19 tablas agujeradas de Ricardo Rendón en 260 mil. Fernando Ortega, 460 mil por un video de 2 minutos y un trozo de pared con un mosquito aplastado. Para estas compras no existe un concurso, se adquieren imitando el capricho de una colección privada, con el contubernio de los académicos, los funcionarios y con un Patronato que está de adorno y es utilizado para validar este tráfico de influencias y de dinero. Los museos de la UNAM funcionan sin tomar en cuenta que la generación de conocimiento está en una pluralidad que han desapreciado para imponer su fascismo estético.
RESPUESTA A JOSÉ KURI.
En el catálogo de Gabriel Orozco en el MoMA usted puede leer los textos firmados por Consuelo Saizar, Ann Temkin y de Glenn Lowry, director del MoMA, en los que hacen énfasis en el “generoso” y gran apoyo de CONACULTA y Televisa como los principales donantes para la realización de la exposición. La obra de Orozco es básicamente fotografía conceptual que testimonia sus readymade y el resto de sus objetos, según la información del catálogo, no los hace él, los manda hacer a tres talleres distintos. Entonces si es grave que sus fotografías no se coticen en el mercado como las de otros artistas que también utilizan este medio para testimoniar su obra, como Cindy Sherman, que hace performance, y que una de sus fotografías en Christie´s alcanzó el precio de 3 millones 890 mil dólares.

Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto de Milenio Diario, el sábado 2 de marzo del 2013.