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EKO, Xilografía. |
El material es un vehículo de expresión. A través de su
manipulación, alteración y experimentación el artista crea. Su invención y utilización
es un refinamiento de la inteligencia. Conocer cómo se usan es parte de la sabiduría
de la creación. El artista comparte con la ciencia esa necesidad por la
investigación y por el riesgo de la experimentación. En el Renacimiento, cuando
los hermanos Bellini inventaron la pintura al óleo, robar la fórmula se volvió
una obsesión de los artistas. Dalí, que era un mentiroso compulsivo, afirmaba
que pintaba con barnices como los de JohanVermeer, y en su manual de pintura
promete, sin cumplirlo, revelar cómo se hacen. James Abbot Whistler hizo las
transparencias inimitables de sus paisajes abstractos con mezclas de barnices y
aceites desconocidas hasta ahora. En esta búsqueda hay grandes fracasos que se
convirtieron en caminos para seguir investigando. Para José Clemente Orozco era
una preocupación existencial la fragilidad del muro, la vulnerabilidad del
soporte y trabajaba en sus pigmentos para que resistieran la fuerza del clima y
del tiempo. Por eso, saber usar los materiales es un aspecto técnico que
permite la libertad de creación. Aunque pareciera una contradicción, la de unir
la creatividad a la disciplina técnica, es una necesidad. El artista que evade
esta enseñanza, que se niega a este aprendizaje, crea obras que no resisten el paso
del tiempo. Una obra mal terminada nos impide ver lo que el artista trató de decir
porque es más evidente su falta de dominio del material.
Esto contrasta con el
hecho de que los autonombrados artistas se niegan a utilizar materiales que
llaman “tradicionales”. Convierten en material todo lo que no exija de un
conocimiento técnico para ser usado. Desde Facebook hasta chicles masticados
son soportes de obras o la obra misma. Pero en realidad el único material que
el arte contemporáneo ha utilizado es la retórica. Estas obras, que son un
producto del lenguaje, han recurrido a una tramposa manipulación de la palabra
para lograr valoración y apreciación intelectual. Esto es una consecuencia del
rechazo al trabajo: es el no hacer, el no ensuciarse.
Para que la obra sea encender
el aire acondicionado, como ahora en Documenta Kassel, se necesita una
construcción retórica inmensa. Las teorías ya no logran ofrecer un material suficientemente sólido para hacer que la ausencia de creación tenga una validez artística. La
retórica, la palabra y la especulación como materiales para crear una obra
están mal utilizadas y son cada vez más evidentes las deficiencias. Los
discursos son prácticamente iguales, explotan los mismos lugares comunes y
términos. Estamos llegando a un siglo de anti creación sin que estas ideas se
hayan renovado. El cansancio de los teóricos de estar dando soporte verbal a
las mismas cosas los ha llevado a un callejón sin salida.
Para que esto cambie
se tiene que dar más libertad creadora a los teóricos. Ellos llevan el peso del
arte contemporáneo y esta responsabilidad los está matando. Es demasiado. Si
las obras son palabras, referencias filosóficas, construcciones lingüísticas, es
momento de que los teóricos se emancipen y exijan su derecho a ser reconocidos
como los verdaderos creadores. Ya es irrelevante que la obra sea un objeto u
otro. La no obra, la no presencia también se considera arte. Partiendo de ahí,
las exposiciones deben ser mesas redondas, pláticas y ponencias. Si se exige
que la obra sea analizada desde su sustrato teórico ¿para qué vemos a la obra?
lo que importa de ella son las palabras, el número de citas filosóficas, las
escalera teórica que la eleva hasta el cielo del arte. Si sobra la tangibilidad
de la obra y debe dar paso a la intangibilidad de la teoría, entonces que ya no
haya obras: dejen de acaparar museos, y usen auditorios, salas de juntas, centros
de autoayuda. La palabra no necesita de espacio físico. La palabra necesita de
un micrófono, de un pódium, de un libro. Hoy que el arte es ultra panfletario
lo mejor que le puede suceder es salirse de los museos y ubicarse en el pulcro espacio
del papel. Dejen los museos para lo que hacen, los que se ensucian, los que
usan su sabiduría y su pasión con los materiales.
Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto de Milenio Diario, el sábado 29 de septiembre del 2012.
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