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Egon Schiele, Litografía. |
Freud con un acercamiento, tal vez, más científico, y Jung,
abiertamente especulativo, nos enseñaron algo fundamental: que la descripción,
análisis y conjetura de una patología mental son más interesantes que la
patología misma. La literatura médica se regodeó en la enunciación y recreación
de los síntomas. Detrás de cada vida, en apariencia "normal", hay una
disfuncionalidad. Comenzamos el placer onanista de la búsqueda de esta ficticia
enfermedad para darle sentido a la existencia. El peso de la disfuncionalidad
era más relevante, acariciador, regocijante que la virtud que definía Spinoza
como fortuito et gaudium, fortaleza y
alegría. Esta revisión de nuestra condición la recondujo por penumbras inexploradas.
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Egon Schiele, dibujo y tinta. |
El expresionismo nos da las dos miradas de la
existencia. La que está en el contacto con el entorno, con la realidad
tangible, y la que surge del interior del artista, su pensamiento y sus
emociones, de los nuevos caminos de la psiquiatría. Las obras de Egon Schiele y
de Oskar Kokoschka recrean ese cuerpo enfermo en su interior más inaccesible,
la anatomía se altera con la sintomatología de las patologías que lo habitan. Estos cuerpos sensibles representan a la gran enfermedad
social. La Primera Guerra fue una epidemia que en un inicio expulsó a la
población de su letargo y al final convirtió a Europa en un continente de
parias mutilados y enfermos, ahora sí, reales, enloquecidos de pánico, de
horror. El cuerpo de Schiele, de fragilidad enfermiza, coloreado con tintas
verdes y anaranjadas, moretones de golpes invisibles; mujeres con ojeras
profundas, delgadez que se doblega a sus filias, que se contorsionan o se
derrumban, agotadas.
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Egon Schiele, Litografía. |
En el cartel de una ponencia sobre Bernard Shaw, Egon
se autorretrata, gesticula, es un fenómeno, un capricho, su fealdad es más
interesante que su belleza, nos dice más de él su distorsión que la imitación
simple. En la deformación está la revelación. La línea de Schiele no duda, sabe
lo que ve, se centra de inmediato en el punto de degradación y dolor que quiere
recrear. La belleza de una mujer desnuda adquiere un peso filosófico, su
trascendencia está en los síntomas que sobreviven a su enfermedad: ella
desaparecerá, pero su sifilítica presencia queda en una litografía.
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Oskar Kokoschka, litografía, cartel para Morder Hoffnung der Frauen. |
En la obra de Oskar Kokoschka la metáfora de la
psique, esa ficción que evolucionó de la entelequia del alma, llega a la
deformación más oprobiosa. Realizó el cartel y varios dibujos para su obra de
teatro Morder Hoffnung der Frauen, (Asesino, Esperanza de las Mujeres). Esta obra es la
liberación de la esclavitud sexual a través del asesinato. El hombre es una
víctima sexual y la mujer es un apetito monstruoso que se satisface o se
asesina. El cartel es consecuente con el drama, la acción
escénica es acción plástica. Una mujer fragmentada en brazos, deja caer la
cabeza con el cuello cercenado, los ojos se hunden dentro de círculos negros,
no tiene sexualidad, tiene crueldad. Su corporeidad es patología, es la feroz
pelea entre Eros y Tánatos. El deseo sexual se identifica con la atracción a la
dominación y a la violación que está tan cercana a la muerte.
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Oskar Kokoschka, autorretrato. |
Kokoschka cree liberarse de su pasión si la denuncia y la
difama. Su obra, mal leída como misógina, habla más del miedo que sentía Kokoschka
por ceder al placer homosexual, ese, que sí tiene el privilegio de ser
insaciable porque está libre de las consecuencias de la reproducción. Mata a su
lado femenino. Este crimen tiene su consecuencia fatal: en la obra está el
germen de la tormentosa relación que mantuvieron Kokoschka, Alma Mahler y el
arquitecto Walter Gropius, la diferencia es que mientras el personaje dramático
se libera, Kokoschka siguió atado el resto de su vida al egoísmo voraz de Alma
que lo resguardaba de sí mismo. Los grabados y los dibujos de Kokoschka son más
sinceros y poderosos que su pintura, la línea le impide mentir, corta el
espacio en blanco como una pregunta indiscreta y sucia. El expresionismo avisó del
derrumbamiento del mito de la paz social y la paz personal, y dio paso a los
dos nuevos ídolos, la histeria colectiva y la psicosis personal. La Primera
Guerra fue el gran asilo en el que Europa se recluyó para verse enloquecer.
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Oskar Kokoschka, retrato de Max Reinhardt. |
Expresionismo alemán: El impulso gráfico. Palacio de las
Bellas Artes. Ciudad de México. Hasta el 2 de septiembre.