viernes, 3 de agosto de 2012

LA DOS ORILLAS DEL RÍO.

Egon Schiele, Litografía. 
 Freud con un acercamiento, tal vez, más científico, y Jung, abiertamente especulativo, nos enseñaron algo fundamental: que la descripción, análisis y conjetura de una patología mental son más interesantes que la patología misma. La literatura médica se regodeó en la enunciación y recreación de los síntomas. Detrás de cada vida, en apariencia "normal", hay una disfuncionalidad. Comenzamos el placer onanista de la búsqueda de esta ficticia enfermedad para darle sentido a la existencia. El peso de la disfuncionalidad era más relevante, acariciador, regocijante que la virtud que definía Spinoza como fortuito et gaudium, fortaleza y alegría. Esta revisión de nuestra condición la recondujo por penumbras inexploradas.

Egon Schiele, dibujo y tinta. 
 El expresionismo nos da las dos miradas de la existencia. La que está en el contacto con el entorno, con la realidad tangible, y la que surge del interior del artista, su pensamiento y sus emociones, de los nuevos caminos de la psiquiatría. Las obras de Egon Schiele y de Oskar Kokoschka recrean ese cuerpo enfermo en su interior más inaccesible, la anatomía se altera con la sintomatología de las patologías que lo habitan.  Estos cuerpos sensibles representan a la gran enfermedad social. La Primera Guerra fue una epidemia que en un inicio expulsó a la población de su letargo y al final convirtió a Europa en un continente de parias mutilados y enfermos, ahora sí, reales, enloquecidos de pánico, de horror. El cuerpo de Schiele, de fragilidad enfermiza, coloreado con tintas verdes y anaranjadas, moretones de golpes invisibles; mujeres con ojeras profundas, delgadez que se doblega a sus filias, que se contorsionan o se derrumban, agotadas. 
Egon Schiele, Litografía. 
 En el cartel de una ponencia sobre Bernard Shaw, Egon se autorretrata, gesticula, es un fenómeno, un capricho, su fealdad es más interesante que su belleza, nos dice más de él su distorsión que la imitación simple. En la deformación está la revelación. La línea de Schiele no duda, sabe lo que ve, se centra de inmediato en el punto de degradación y dolor que quiere recrear. La belleza de una mujer desnuda adquiere un peso filosófico, su trascendencia está en los síntomas que sobreviven a su enfermedad: ella desaparecerá, pero su sifilítica presencia queda en una litografía.

Oskar Kokoschka, litografía, cartel para Morder Hoffnung der Frauen. 
 En la obra de Oskar Kokoschka la metáfora de la psique, esa ficción que evolucionó de la entelequia del alma, llega a la deformación más oprobiosa. Realizó el cartel y varios dibujos para su obra de teatro Morder Hoffnung der Frauen, (Asesino, Esperanza de las Mujeres). Esta obra es la liberación de la esclavitud sexual a través del asesinato. El hombre es una víctima sexual y la mujer es un apetito monstruoso que se satisface o se asesina. El cartel es consecuente con el drama, la acción escénica es acción plástica. Una mujer fragmentada en brazos, deja caer la cabeza con el cuello cercenado, los ojos se hunden dentro de círculos negros, no tiene sexualidad, tiene crueldad. Su corporeidad es patología, es la feroz pelea entre Eros y Tánatos. El deseo sexual se identifica con la atracción a la dominación y a la violación que está tan cercana a la muerte.

Oskar Kokoschka, autorretrato. 
 Kokoschka cree liberarse de su pasión si la denuncia y la difama. Su obra, mal leída como misógina, habla más del miedo que sentía Kokoschka por ceder al placer homosexual, ese, que sí tiene el privilegio de ser insaciable porque está libre de las consecuencias de la reproducción. Mata a su lado femenino. Este crimen tiene su consecuencia fatal: en la obra está el germen de la tormentosa relación que mantuvieron Kokoschka, Alma Mahler y el arquitecto Walter Gropius, la diferencia es que mientras el personaje dramático se libera, Kokoschka siguió atado el resto de su vida al egoísmo voraz de Alma que lo resguardaba de sí mismo. Los grabados y los dibujos de Kokoschka son más sinceros y poderosos que su pintura, la línea le impide mentir, corta el espacio en blanco como una pregunta indiscreta y sucia. El expresionismo avisó del derrumbamiento del mito de la paz social y la paz personal, y dio paso a los dos nuevos ídolos, la histeria colectiva y la psicosis personal. La Primera Guerra fue el gran asilo en el que Europa se recluyó para verse enloquecer.
Oskar Kokoschka, retrato de Max Reinhardt. 

Expresionismo alemán: El impulso gráfico. Palacio de las Bellas Artes. Ciudad de México. Hasta el 2 de septiembre.
Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto, el sábado 4 de agosto del 2012.