sábado, 14 de abril de 2012

VOYERISMO.

Jean-Honoré Fragonard. Sueño de amor.

La transgresión de la intimidad fue un invento de los pintores del siglo XVIII. Las escenas galantes del rococó francés de Fragonard, Boucher y Watteau entraron en la intimidad que únicamente podemos vivir si pertenecemos a ese entorno. Las escenas del Veermer o de los interiores de Rembrandt se limitaban a lo que se podía presenciar como testigo; no iban más allá. Esta violación y exhibición de lo más privado de la existencia, es lo que permitió la realización de la fantasía del mirón, del voyeur y es una negación del concepto del pudor. Para Fragonard el desnudo no es una pose que se justifica en una mitología: su pintura es la intromisión en un acto íntimo que se consagra en su exhibición pública. A partir de esta revolución, de la apreciación de la curiosidad como un vicio social compartido, y como un detonador del exhibicionismo, los diarios personales, las cartas amorosas, los testimonios, se escribieron para la posteridad, no para resguardarse en las manos de un destinatario. La vida privada se convirtió en una vía de conocimiento y excitación. Las sutilezas de la naturaleza humana se daban a conocer con falsa sinceridad porque se colocaban, desde su concepción, en un escenario. A pesar de la abrumadora naturalidad de las escenas de Fragonard, con mujeres que duermen con las sábanas arrugadas, enredadas entre las piernas, como sustitos de otro cuerpo, mostrando el culo, con la piel brillante de sudor, sin mirar al espectador, la situación está planeada, creada, es artificio.

Francoise Boucher, dibujo.

El arte abrió la puerta se metió adentro de nuestra cama, de la suciedad de la casa y no se salió de ahí. Para los Impresionistas hasta Lucian Freud, la privacidad deja de existir. El artista se asumió un manipulador y provocador de nuestro voyerismo, explotando las posibilidades estéticas del interior, de la luz, la composición y la construcción narrativa. El arte captura la excepcionalidad, lo imaginario crece con la materialización. Esta intromisión crea una comunicación con el espectador en un rango emocional. La representación liberadora de lo que tendríamos que ocultar y proteger, cerrar los círculos de la existencia hasta el límite de nuestra esencia más impura, hermana a la contemplación estética con la satisfacción sensorial: gozamos, espiar es un placer.

Antoine Watteau, Toilette.

La destrucción de la vida como propiedad privada no es consecuencia de internet ni de los reality shows, es una aportación de estos pintores que, además, fueron juzgados de frívolos. Tres siglos después el arte contemporáneo, que llega tarde con la mayoría de sus propuestas, cree que inventan algo con sus videos de la vida del artista minuto a minuto, con performances en los que el auto llamado artista se lleva media casa al museo y vive ahí. Imitan los reality shows, que son su inspiración filosófica y estética, para romper barreras que ya fueron derribadas hace siglos, con la diferencia de que estos videos carecen de una propuesta estética. El artista asumido él mismo como obra de arte, nos da su vida aburrida como pieza artística, sin otra aportación que su propia e insulsa cotidianeidad. La intervención vérité de la vida cotidiana se convierte en una pesada carga para presenciar, el seguimiento de estas vidas es deprimente. Destrozan el sentido de la emancipación del espectador que entra de la mano del artista a un sitio que tiene vedado. Es imposible ver dos veces película interminable de Andy Warhol de su amante durmiendo.

Francois Boucher, Mujer acostada.

La desacralización de la intimidad no se logra con la exhibición total, vigilante y homologada de una vida; se alcanza con la captura de un instante fugaz privilegiado. La presencia documental de la vida diaria evitando el tratamiento estético pone una barrera moral, su acercamiento es puritano. La idealización se consigue con la recreación. La manipulación de los elementos visuales mitifica los detalles íntimos, los hace imborrables. El voyerista no quiere presenciar verdad o realidad. Quiere ser testigo de algo que sobrepase su propia cotidianeidad y que lo haga sentir que rompió una barrera, que violó un espacio, una vida. El arte levanta la maldición y el castigo por una actividad perversa, nos permite la realización de una fantasía, deja aflorar a nuestro pequeño libertino.

Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto, el sábado 14 de abril del 2012.