El arte abrió la puerta se metió adentro de nuestra cama, de la suciedad de la casa y no se salió de ahí. Para los Impresionistas hasta Lucian Freud, la privacidad deja de existir. El artista se asumió un manipulador y provocador de nuestro voyerismo, explotando las posibilidades estéticas del interior, de la luz, la composición y la construcción narrativa. El arte captura la excepcionalidad, lo imaginario crece con la materialización. Esta intromisión crea una comunicación con el espectador en un rango emocional. La representación liberadora de lo que tendríamos que ocultar y proteger, cerrar los círculos de la existencia hasta el límite de nuestra esencia más impura, hermana a la contemplación estética con la satisfacción sensorial: gozamos, espiar es un placer.
Antoine Watteau, Toilette.
La destrucción de la vida como propiedad privada no es consecuencia de internet ni de los reality shows, es una aportación de estos pintores que, además, fueron juzgados de frívolos. Tres siglos después el arte contemporáneo, que llega tarde con la mayoría de sus propuestas, cree que inventan algo con sus videos de la vida del artista minuto a minuto, con performances en los que el auto llamado artista se lleva media casa al museo y vive ahí. Imitan los reality shows, que son su inspiración filosófica y estética, para romper barreras que ya fueron derribadas hace siglos, con la diferencia de que estos videos carecen de una propuesta estética. El artista asumido él mismo como obra de arte, nos da su vida aburrida como pieza artística, sin otra aportación que su propia e insulsa cotidianeidad. La intervención vérité de la vida cotidiana se convierte en una pesada carga para presenciar, el seguimiento de estas vidas es deprimente. Destrozan el sentido de la emancipación del espectador que entra de la mano del artista a un sitio que tiene vedado. Es imposible ver dos veces película interminable de Andy Warhol de su amante durmiendo.

Francois Boucher, Mujer acostada.
La desacralización de la intimidad no se logra con la exhibición total, vigilante y homologada de una vida; se alcanza con la captura de un instante fugaz privilegiado. La presencia documental de la vida diaria evitando el tratamiento estético pone una barrera moral, su acercamiento es puritano. La idealización se consigue con la recreación. La manipulación de los elementos visuales mitifica los detalles íntimos, los hace imborrables. El voyerista no quiere presenciar verdad o realidad. Quiere ser testigo de algo que sobrepase su propia cotidianeidad y que lo haga sentir que rompió una barrera, que violó un espacio, una vida. El arte levanta la maldición y el castigo por una actividad perversa, nos permite la realización de una fantasía, deja aflorar a nuestro pequeño libertino.