
La historia de la degeneración de un término hasta convertirse en una categoría de lo horrible o de lo intencionalmente agresivo es el trayecto del grotesco. El surrealismo, el expresionismo, el arte fantástico, el simbolismo, las imágenes de ciencia ficción de HR Gigger, son corrientes que beben de la fuente del grotesco que decoró las naves de palacios, como el Vaticano, con cabezas y torsos infantiles y vegetaciones que subían por columnas creadas por Rafael y Miguel Ángel. La palabra evolucionó en el siglo XVIII con intelectuales excitados por las ideas mientras la burguesía y la nobleza se aburrían mortalmente.
Esta adicción por lo nuevo, la sed de emociones hizo que los charlatanes florecieran, curaciones por hipnosis de Mesmer, adivinos magnéticos como el Conde di Cagliostro. El grotesque se relacionó con imágenes inusuales, extrañas, con gárgolas, con relatos fantásticos, con los fenómenos del circo, con todo lo que entretuviera a una clase ociosa años más tarde conocería la emoción máxima: caminar por un templete dirigiéndose a su decapitación. Nace el grotesco total en la cabeza del rey Luis XVI chorreando sangre en manos del verdugo Sansón ante un delirante y enfebrecido público.
Francia post revolucionaria llevó este grotesque hacia la investigación del horror y su belleza intrínseca, en la estética de lo terrible, La Balsa de la Medusa y los cuerpos mutilados de Gericault, son una declaración nihilista. La realidad no permite soñar, el ideal no existe, la constante es que estamos indefensos ante la devastadora presencia de los monstruos que nos atormentan: la enfermedad, la pobreza, la guerra, la injusticia. En La Balsa de la Medusa, la débil embarcación conduce a sus marinos a una dolorosa muerte, enloquecidos de miedo, después de haber navegado perdidos, llegando al canibalismo para alimentarse y sin poder evitar un destino superior a sus fuerzas. No hay dios que escuche sus ruegos. Con un realismo inusitado hasta entonces, Gericault pinta cuerpos postrados bajo la oscuridad del cielo que refleja la frenética travesía y su fatal desenlace.
Esta nave es la humanidad misma a la deriva de su propia condición. Esta rebeldía creadora está presente en artistas como James Ensor, Felicien Rops, Francis Bacon que nos abofetean con el existencialismo de nuestra miseria. El reto de este contraste está en la maestría del artista, en su aportación en ideas y formas unido la hostilidad de una presencia aberrante. Para lograr este efecto, que es el que nos hace pensar, que nos hace detenernos en la obra y meditar ante la nula disyuntiva de nuestro ser, se requiere virtuosismo. Los Grabados de la Guerra, Der Krieg, de Otto Dix: la devastación de la depredación. Los Caprichos de Goya: la devastación ética. Es la verdad de una imagen, que a pesar de tener rasgos ficticios, describe la corrupción humana. La aberración de la forma es la aberración del fondo.
DE LA PROPUESTA BRUTAL A LA ESTUPIDIZACIÓN DE LA PROPUESTA.
En el arte que se auto designa contemporáneo o neo conceptual, en cualquiera de sus formas, de hoy el talento es un accesorio del que se prescinde para hacer o decir. El fin no es la obra, es el artista y su obra es una consecuencia de su ególatra presencia. Para esto el escándalo es un arma infalible: si llama la atención es arte, si viola a la ética elemental es arte y si además los críticos lo avalan y justifican por transgresor es arte. El grotesco se encuentra en su punto más bajo de degradación. Las formas más abyectas y zafias de expresión artística se escudan en el término grotesco para poner en una exposición cosas mal realizadas, cargadas de vulgaridad y con elementos que podrían ser condenados por enaltecimiento al nazismo o al racismo. En el arte contemporáneo todo vale porque la posteridad dura unos segundos y hay que gritar, no crear. Jonathan Meese es un ejemplo de esto. Con un performance neo-nazi, cruces gamadas y esculturas hechas con muñecas Barbie que viola con falos, destroza, monta en conglomerados de huesos de plástico y pegamento, que si no se fueran presentadas como Arte podrían servir de evidencia psiquiátrica para demostrar un grave desorden sexual. Meese sostiene gran parte de su obra en una iconografía de personaje de asesino serial de cine de terror serie b. Como Thomas Hirschhorn que hace de la acumulación maniaca de objetos que destroza, rayonea y mutila la exhibición de una furia artificial para ocultar que sin el estridentismo no tendría ningún vehículo de creación.
Los dos comparten la obsesión por los cuerpos femeninos de plástico, maniquíes o muñecas Barbies, por ultrajar sus cuerpos rígidos, por emplastarlas en elementos y armar masas amorfas de cosas. Esto que consideran osado y violento es presentado como el nuevo grotesco y al final lo único que arrojan son instalaciones y pseudo esculturas que podrían servir de escenografía a un serial de policías especializados en crímenes sexuales. ¿En qué momento el grotesco se convirtió en una mofa de sí mismo? Cuando el arte se banalizó para incluir en el término arte contemporáneo a las expresiones que no requieren de talento. La metáfora grotesca se queda atrás por la literalidad a la que se ven encadenados los artistas sin posibilidades creadoras ni expresivas. El lugar común es un refugio seguro: agresión sexual, la parafernalia neo nazi, la destrucción del objeto o ready-made vandalizado. Pero el contra peso belleza-horror, talento-nihilismo desaparece porque exige capacidades superiores que ya no son prioritarias en el arte.
Publicado en la Revista Antídoto del mes de marzo del 2012.