
A partir de la noción platónica de que las sombras nos arrojan una versión distorsionada de la realidad, atribuimos a la oscuridad la capacidad de ocultar el peligro, de proteger a los fantasmas a los que tememos. Este irracional miedo infantil se traduce en el exceso de iluminación que padecemos. La luz vende, atrae a las personas, excita y es el nuevo timo: gusta todo lo que brilla. El culto burgués de relacionar la luz como símbolo de riqueza y progreso impone una iluminación enceguecedora. Vivimos en el escaparate de una tienda, adictos a los estímulos retinales. El arte contemporáneo que va detrás de la sociedad de consumo, no de la estética, imita esta tecnolatría e incursiona en la utilización de la tecnología con torpeza y con una candidez conmovedora.
Instalan luz eléctrica en una estructura sin planteamiento estético y ésta se convierte en monumento o escultura lumínica. Maravillados los críticos y curadores, no por la creatividad del artista, sino por la luz misma que a todos seduce, elevan los focos de neón y de leds al rango de instalación artística. Las instalaciones de Rafael Lozano-Hemmer de patética simplicidad y apoyadas en intenciones humanistas, detallan hasta el último alambre y sistemas software que usan como si eso le diera valor a la obra, y su toque artístico consiste en estar por debajo de los estándares que la industria ofrece. Las video-instalaciones de Jenny Holzer son obras que antes de significar arte significan dinero. Realizadas con video proyectores de xenón de 70 mil lúmenes, cubren edificios con letreros que dicen “I cant tell you” o “I see you” y para eso necesita una superficie de 200 metros cuadrados y una producción millonaria; así como sus letreros con de tiras de leds expuestos en el Museo Whitney con frases igual de profundas.
Daniel Bruce.

Ya no digamos los neones de Tracy Emin, Bruce Nauman y del minimalista Joseph Kosuth. En todas las obras coinciden una idea mediocre, la sub utilización del medio y el deslumbramiento candoroso de los especialistas. Esto funciona porque la tecnología -como los dioses- se adora sin comprenderla; es la magia de nuestro siglo, nos postramos ante lo inexplicable y lo que sorprende. Los artistas manipulan esta admiración ciega para hacer del soporte la obra, sin ideas, sin aportaciones, parasitando sin talento el espectáculo que la tecnología ofrece. Basta que en la cédula museográfica se haga el desglose de materiales de una escultura lumínica para dejar pasmados a los expertos porque está realizada con diodos transmisores de luz, que es el nombre en español de las luces de leds. Como suena muy científico, no se detienen a pensar que es la misma tecnología que comparten los adornos de un pino navideño y los enormes anuncios de los hoteles en Las Vegas. Con la evidente diferencia que en Las Vegas sí llevan la tecnología hasta sus últimas consecuencias.
Jenny Holzer.

En México nos timaron con una torre de lámparas a la que le dieron contexto patriótico y, como se prende y se apaga, cumple su función de impresionarnos, aunque sea una instalación poco creativa e ineficiente que requiere una inversión onerosa para su mantenimiento. Andy Warhol decía que todo lo que brilla vende y ya vemos que bien conocía a su mercado. Si están utilizando tecnología y ésta ya forma parte de la jerga curatorial sugiero que impartan talleres de electrónica en las escuelas de arte; así los curadores y críticos aprenderán en qué consiste cada elemento para que no se dejen lamparear por cualquier foquito.
Jenny Holzer.

Estas piezas que pretenden ser artísticas compiten por el público con la industria y están en total desventaja. Los espectadores van a conciertos de rock, ven los letreros luminosos publicitarios, conviven con una carga de efectos especiales que ya acabó desde hace décadas con esa inocencia que exhiben los “especialistas” en el tema. La tecnología no contribuye a la calidad de la obra, no porque sea luz es arte o porque sea video es arte. El medio no es la obra. Las deficiencias que demuestran los supuestos creadores para utilizar la tecnología no se cubre con sus intenciones y retórica artística. Sin diferenciar entre decoración, entretenimiento y arte, nos siguen engañando con espejitos.
Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto de Milenio Diario, en sábado 3 de marzo del 2012.