
Abandonados de Joaquín Pallarés.
La crueldad hacia los niños tiene varias ventajas para sus ejecutores: es fácil someter a un ser vulnerable, es cómico burlarse de la inocencia y además es redituable económicamente. La literatura lo ha abordado con visiones encontradas, desde esa novela abyecta que es el Periquillo Sarniento, picaresca que justifica golpear a un niño para desatar la carcajada del lector y sirve como labor de proselitismo para concientizar del miedo al Otro, hasta Charles Dickens. En sus historias, Dickens analiza la miserable conducta humana y los niveles de bajeza que puede alcanzar el placer de abusar de un ser indefenso. En un tono de melodrama e ironía aguda que engancha al lector. En la pintura el desamparo de los niños fue un tema y una fuente de ingresos, así como a Oliver Twist lo vendieron sus benefactores como aprendiz, las familias vendían a sus hijos para que trabajaran en los talleres de los artistas. Si tenían talento eran afortunados, si carecían de él estaban en el camino de conocer la realidad. Tal vez por eso, siglos después, Dickens hace que Oliver crezca rápido, se sobreponga a sus verdugos cotidianos y sea más listo que ellos. Es un pillo, un sobreviviente rebelde.

Se rompió el cántaro, de Francisco de Goya.
El Caravaggio, que exhibió su amor por la infancia masculina y a través de sus jóvenes modelos le daba el poder de la revancha, por ejemplo, en su David venciendo a Goliat: la cabeza del pintor está en el piso, mientras un preadolescente, un paria emancipado, posa su rodilla sobre el tirano vencido. Luca Giordano pinta niños descalzos peleando en la calle. En el tenebroso grabado de Goya, Se quebró el cántaro, una mujer castiga ferozmente a un niño. Los Abandonados de Joaquín Pallarés son dos niños que, ante un portal, desfallecen de hambre, desarrapados, enfermos; la niña mira con estupor a su pequeño hermano que no abre los ojos. En Oliver Twist, los adultos le repiten una y otra vez que es un huérfano sin nombre y que no merece ser amado. Son retratos que desmantelan el mito de la Edad de Oro. Las novelas de Dickens no contaron con ilustradores a la altura de este dolor. Historias por entregas, que por lo general ilustraban los grabadores de turno en el periódico. Pareciera que los editores, ante la terrible narración, dirigían un contra peso con las ilustraciones que ridiculizaban los hechos.


