sábado, 21 de enero de 2012

EL GOLPISMO DE LA MEDIOCRIDAD.

Cildo Meireles, Proyecto Coca-Cola.

Las obras han abandonado las búsquedas estéticas para concentrarse en consignas políticas y sociales. La nueva intención del arte es convertirse en una ONG. El artista mesiánico se trepa al púlpito en la galería de concreto pulido y con voz de predicador declara que el talento, el lenguaje, la técnica, el trabajo, la belleza son el enemigo, aniquilarlo permitirá que obras doctrinarias, bendecidas por un discurso ideológico salven a la sociedad. El nuevo artista no es un virtuoso, no es creativo. Su obsesión por la basura, por la nula factura y la apropiación criminal de las obras de otros es un disfraz de rebelde anti burgués con la incongruencia de los discursos de Juan Domingo Perón que afirmaba “Vosotros estáis sucios y yo estoy sucio, estamos sucios juntos” mientras Evita coleccionaba esmeraldas. El artista caudillista denigra el trabajo, sus obras responden a una fórmula que se puede resumir en los siguientes elementos y pasos.

Antoni Muntadas, Galería del Miedo.

Lo primero: plantear que la obra es una crítica social, cultural o política. Luego elegir un tema específico; es la lista de las buenas intenciones: consumismo, globalización, inmigración, los sistemas de vigilancia, el abuso de la guerra, (aquí es fundamental pegarle a una potencia mundial, la favorita es Estados Unidos) publicidad, internet, contaminación, hegemonías, economía, violencia, multiculturalismo, marginalidad, discriminación, límites de la condición humana, cacofonía del poder, la corrupción del gobierno anterior (no la del gobierno en el poder, el clientelismo artístico da muchos beneficios). En la rama del arte femenino hay que apuntar que la intimidad se considera un asunto político: terapia, mapa del cuerpo, maternidad, arquetipos, violencia de género, identidad femenina, soledad, sexualidad (ésta no es erotismo, es tema de género) familia, infancia, recuerdos.

Antoni Muntadas, en el Museo Arte Alameda.

A continuación el artista define su posición: es un guía espiritual de la sociedad que requiere apoyo oficial y presupuestos sin regulación para llevar sus protestas a las bienales. Entonces el artista elige los materiales de su obra: recortes de periódicos desde encabezados y fotos hasta las pilas de papel encimadas; obras de otros artistas; toda la programación de la televisión; supuesta sangre de cadáveres si es violencia; humo de los tubos de escape y aceite quemado de carro para obras ecológicas; letreros con palabras sueltas, frases o slogans; y, en general cualquier objeto, ya que todos permiten una interacción y “un sistema de significación solidaria”. También pueden hacerse los intensos con presencias crípticas, cosas “inesperadas” que sin el texto curatorial podrían reciclarse en otra exposición, porque ver la implicación crítica es un asunto de percepción manipulado por el curador-sociólogo.

Antoni MUntadas, The Bank.

Como se trata de quedar bien con los directores de museos las obras deben ser políticamente correctas, entonces la autocensura orienta el discurso: aclarar que no se trata de impulsar revoluciones o desobediencia social, eso que él juzga con su obra es perjudicial para la sociedad y lo señala para que reflexionemos, discutamos y descubramos diálogos. El artista es un filántropo paternalista que advierte al público de situaciones que por obvias que parezcan él sí ve y es sensible a ellas. Si el fenómeno criticado tiene sus responsables directos entre los gobernantes en turno no utilizar ni sus nombres ni sus imágenes, basta repetir el discurso oficial. Hacer del pasado la realidad vigente, afirmar que la protesta es constructiva, proponer utopías adolescentes y estar de espaldas al análisis profundo de la realidad.

Barbara Kruger, Your Body is a Battleground.

En la utilización de las imágenes todo es lícito, las buenas intenciones permiten abusar de lo que la sociedad repudia, desde símbolos nazis hasta pornografía infantil. Para el arte, como para la demagogia, la manipulación visual es un arma para hacerse presentes. Estas instrucciones se pueden apreciar directamente en las obras que los museos de arte contemporáneo exponen, arropadas por el poder, promocionadas como transgresoras y aplaudidas en festivales y bienales para beneplácito de la oligarquía que protegen con la distracción de sus falsas denuncias. La forma más efectiva de encubrir una mentira es con otra más grande.

Publicado en Laberinto, Suplemento Cultural de Milenio Diario.