lunes, 27 de agosto de 2012

CONFERENCIA MAGISTRAL AVELINA LÉSPER



Dirección de la ENAP: Ave Constitución # 600 Barrio de la Concha, Delegación Xochimilco.
Para llegar en el sistema colectivo Metro: Bajarse en la estación del metro General Anaya dirección a Taxqueña del lado poniente (rumbo al sur) y tomar el pesero o rtp a Santiago ENAP. 
La otra opción es bajarse en Taxqueña y tomar el tren ligero rumbo a Xochimilco y bajarse en la estación la Noria y caminar a la esquina por el museo Dolores Olmedo y de ahí tomar el pesero o rtp a Santiago ENAP, está a tres kilómetros, aproximadamente
ENTRADA LIBRE. 

NOTA DEL SEMANARIO SIN LÍMITES SOBRE LA CONFERENCIA AQUÍ

sábado, 18 de agosto de 2012

SÍNDROME DE DIÓGENES.


Song Dong MoMA, 2009. 
 El síndrome de Diógenes es un desorden psiquiátrico que se caracteriza, en entre otros síntomas, por la acumulación compulsiva de basura y objetos. La persona pierde la capacidad de tomar decisiones y no puede discriminar entre un objeto y otro, y satura su vida con cosas inservibles. Con increíble sincronía el movimiento de arte povera inició en 1966, justo cuando el doctor MacMillan registraba esta enfermedad a la que en 1975 el doctor Clark nombró síndrome de Diógenes. Lo que para la ciencia significaba una patología, para el arte se tradujo en una rebelión en contra del sistema de creación artística y la sociedad.  El artista chino Song Dong, acumuló con su madre alrededor de 10 mil objetos durante cinco décadas: envases vacíos de refrescos, tubos de pasta de dientes, hasta colchones. En el 2009 convirtió el atrio del MoMA de Nueva York en un monumental vertedero. Según los textos curatoriales esta instalación “explora nociones de transitoriedad y efímero" y denuncia “la nostalgia y la necesidad de sobrevivir en China”.

Song Dong, MoMA 2009
 Orozco en su exposición del Guggenheim de Berlín, cubrió el suelo de la sala con botellas de plástico y de vidrio vacías, chicles masticados, bollas marinas rotas, pedazos de pasto artificial, pelotas, y un largo etcétera, aproximadamente 1,200 objetos con estatus de basura que recolectó en la playas de Baja California y en las calles de Nueva York. El texto curatorial de este montón de desechos afirma que “es la expresión de la necesidad humana de crear orden en el mundo y percibir los significados en las constelaciones de objetos” y que “es la tensión entre naturaleza y cultura”. La manía hacinadora de Orozco se quedó corta frente a la de Song Dong que lo supera con 8,800 objetos. Lo que aporta la evidencia científica es que, según un documento de la Universidad de Virginia, la lista de objetos más recurrentes para ser acumulados por los que padecen este síndrome son recipientes vacíos, botellas, revistas, partes mecánicas, cosas descompuestas, periódicos, es decir, el corpus artístico de Song Dong y Orozco, entre miles de artistas de la pepena.

Song Dong, MoMA, 2009. 

La acumulación de objetos no es creación y mucho menos de arte. Desde que nuestra especie habita en este planeta somos proclives a atesorar cosas, ya sea con sentido fetichista, como las reliquias religiosas y los sepulcros, hasta el fanático que colecciona estampas de beisbolistas. No es arte, es una manía que centra su valor en la cantidad: entre más cosas la colección adquiere más valor. Las obras, con estas descomunales reuniones de basura, también centran su valor en la cantidad. Ante al pánico del espacio vació y la falta de talento para habitarlo con una obra que sea capaz, en su contundencia estética, de poseer y transformar su entorno, pretenden que miles de objetos sustituyan a esa obra magna que están imposibilitados de crear. Que los mismos objetos se presenten con discursos curatoriales tan disímbolos demuestra la arbitrariedad de imponer ideas artificiales sobre cualquier cosa para darle sentido de arte. Ya no digamos la absurda pretensión de que estos vertederos de lujo suplantan a la escultura, porque en su elemental visión si tiene volumen o es tridimensional es escultórico.
Lo que es interesante destacar es por qué una conducta que en una persona, sin el marketing de artista, es una enfermedad psiquiátrica, en un patrocinado institucional es arte. Entonces o el arte está equivocado o la psiquiatría se aventuró a diagnosticar una enfermedad cuando debería escribir un texto curatorial. Si para Dong y Orozco sus objetos tienen valor de arte, también lo tienen para una persona que se niega a tirarlos al vertedero, justamente porque los sobrevalora los acumula. La mirada poco educada de alguien sin capacidad discriminatoria, que atesta su casa de cosas es la misma que la de estos que se llaman artistas; por eso coinciden en reunir los mismos objetos. No existe un criterio estético que los haga distintos de alguien que padece una enfermedad que le causa gran sufrimiento. La diferencia es la sociedad que tenemos, que sí está enferma, y que glorifica una conducta que en otro estigmatiza y llama patología. Para unos el pabellón psiquiátrico y para otros el museo.

Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto el sábado 18 de agosto del 2012. 

viernes, 3 de agosto de 2012

LA DOS ORILLAS DEL RÍO.

Egon Schiele, Litografía. 
 Freud con un acercamiento, tal vez, más científico, y Jung, abiertamente especulativo, nos enseñaron algo fundamental: que la descripción, análisis y conjetura de una patología mental son más interesantes que la patología misma. La literatura médica se regodeó en la enunciación y recreación de los síntomas. Detrás de cada vida, en apariencia "normal", hay una disfuncionalidad. Comenzamos el placer onanista de la búsqueda de esta ficticia enfermedad para darle sentido a la existencia. El peso de la disfuncionalidad era más relevante, acariciador, regocijante que la virtud que definía Spinoza como fortuito et gaudium, fortaleza y alegría. Esta revisión de nuestra condición la recondujo por penumbras inexploradas.

Egon Schiele, dibujo y tinta. 
 El expresionismo nos da las dos miradas de la existencia. La que está en el contacto con el entorno, con la realidad tangible, y la que surge del interior del artista, su pensamiento y sus emociones, de los nuevos caminos de la psiquiatría. Las obras de Egon Schiele y de Oskar Kokoschka recrean ese cuerpo enfermo en su interior más inaccesible, la anatomía se altera con la sintomatología de las patologías que lo habitan.  Estos cuerpos sensibles representan a la gran enfermedad social. La Primera Guerra fue una epidemia que en un inicio expulsó a la población de su letargo y al final convirtió a Europa en un continente de parias mutilados y enfermos, ahora sí, reales, enloquecidos de pánico, de horror. El cuerpo de Schiele, de fragilidad enfermiza, coloreado con tintas verdes y anaranjadas, moretones de golpes invisibles; mujeres con ojeras profundas, delgadez que se doblega a sus filias, que se contorsionan o se derrumban, agotadas. 
Egon Schiele, Litografía. 
 En el cartel de una ponencia sobre Bernard Shaw, Egon se autorretrata, gesticula, es un fenómeno, un capricho, su fealdad es más interesante que su belleza, nos dice más de él su distorsión que la imitación simple. En la deformación está la revelación. La línea de Schiele no duda, sabe lo que ve, se centra de inmediato en el punto de degradación y dolor que quiere recrear. La belleza de una mujer desnuda adquiere un peso filosófico, su trascendencia está en los síntomas que sobreviven a su enfermedad: ella desaparecerá, pero su sifilítica presencia queda en una litografía.

Oskar Kokoschka, litografía, cartel para Morder Hoffnung der Frauen. 
 En la obra de Oskar Kokoschka la metáfora de la psique, esa ficción que evolucionó de la entelequia del alma, llega a la deformación más oprobiosa. Realizó el cartel y varios dibujos para su obra de teatro Morder Hoffnung der Frauen, (Asesino, Esperanza de las Mujeres). Esta obra es la liberación de la esclavitud sexual a través del asesinato. El hombre es una víctima sexual y la mujer es un apetito monstruoso que se satisface o se asesina. El cartel es consecuente con el drama, la acción escénica es acción plástica. Una mujer fragmentada en brazos, deja caer la cabeza con el cuello cercenado, los ojos se hunden dentro de círculos negros, no tiene sexualidad, tiene crueldad. Su corporeidad es patología, es la feroz pelea entre Eros y Tánatos. El deseo sexual se identifica con la atracción a la dominación y a la violación que está tan cercana a la muerte.

Oskar Kokoschka, autorretrato. 
 Kokoschka cree liberarse de su pasión si la denuncia y la difama. Su obra, mal leída como misógina, habla más del miedo que sentía Kokoschka por ceder al placer homosexual, ese, que sí tiene el privilegio de ser insaciable porque está libre de las consecuencias de la reproducción. Mata a su lado femenino. Este crimen tiene su consecuencia fatal: en la obra está el germen de la tormentosa relación que mantuvieron Kokoschka, Alma Mahler y el arquitecto Walter Gropius, la diferencia es que mientras el personaje dramático se libera, Kokoschka siguió atado el resto de su vida al egoísmo voraz de Alma que lo resguardaba de sí mismo. Los grabados y los dibujos de Kokoschka son más sinceros y poderosos que su pintura, la línea le impide mentir, corta el espacio en blanco como una pregunta indiscreta y sucia. El expresionismo avisó del derrumbamiento del mito de la paz social y la paz personal, y dio paso a los dos nuevos ídolos, la histeria colectiva y la psicosis personal. La Primera Guerra fue el gran asilo en el que Europa se recluyó para verse enloquecer.
Oskar Kokoschka, retrato de Max Reinhardt. 

Expresionismo alemán: El impulso gráfico. Palacio de las Bellas Artes. Ciudad de México. Hasta el 2 de septiembre.
Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto, el sábado 4 de agosto del 2012.