sábado, 26 de mayo de 2012

EFÍMERO.

Vik Muniz, Monalisa. 

La distanasia es el empecinamiento moral de la medicina que obliga a vivir a un enfermo que no tiene curación. También llamado ensañamiento terapéutico es una actitud ciega ante la realidad del enfermo y su sufrimiento. La conservación de las obras de arte está pasando por momentos oscuros y extremos. La restauración se toma atribuciones que no le corresponden haciendo que las obras vivan más, prolongando una existencia que no fue pensada para eso. Las contradicciones teóricas del arte contemporáneo son su piedra fundacional: rechazaron al museo y vaticinaron su muerte, lo llamaron sepulcro del arte para ser dependientes in extremis de la institución y crean obras efímeras para que los conservadores les den vida artificial. Al cambiar los objetivos del arte, el desprecio por las técnicas se derivó en el desprecio por los materiales. Los artistas, como una protesta a la institucionalidad del objeto artístico y su presencia perenne en el museo, eligieron materiales que no podían resistir el paso del tiempo, creando objetos desechables. El happening, la fiesta ritual que se acaba, continúo en el objeto y su creación, la obra tiene que durar un momento o ser realizada con materiales vulnerables que no existirán en la posteridad. Los simposios de conservación de arte, contradiciendo los deseos y las bases teóricas de estos trabajos, se obsesionan en hacerlos vivir más tiempo; y ya que usan términos médicos en sus protocolos de trabajo, diremos que esta obcecación es ensañamiento terapéutico o distanasia. Las obras de Vik Muniz realizadas con jarabes de sabores, los pasteles de Gabriel Orozco o el alpiste de Jessica Witte, no necesitan conservarse: que el museo sea congruente con sus ideas, acepte que compró un momento, un timeline, no documente el objeto y asuma su pérdida material. El coleccionista lo que adquiere es un gesto, la decisión del artista de escoger entre una cosa u otra. Cuando Sarah Lucas cuelga un pollo muerto sabe que se pudrirá. Pues que se pudra. Su intención es demostrar una actitud “irreverente” ante el arte. Empeñarse en sustituir el pollo por otro recién muerto y en investigar técnicas para restaurar el jarabe contraviene el sentido y la naturaleza fugaz de la obra. Son objetos performáticos que existen mientras suceden.
Vik Muniz, Monalisa. 

El menosprecio por la trascendencia no es una broma, es una posición que se debe llevar a sus últimas consecuencias. Las obras que buscan permanecer, ir más allá de sí mismas y de su tiempo son las que trascienden. Una obra de Otto Dix o Rembrandt son algo más que una presencia material: conmueven, emocionan o golpean aunque el momento de su creación haya quedado atrás. Esto es un asunto de implicación con la obra, de un estilo que sobrepaso los límites, un significado que superó los motivos que lo generaron. Los materiales duraderos responden a la necesidad de dejar testimonio: las cavernas están pintadas con pigmentos que soportaron el tiempo y el clima. La utilización de la piedra es práctica y es simbólica, es la transformación en arte de un material que tiene la edad de la Tierra. Esculturas de grasa son físicamente efímeras y, además, lo son intelectualmente. Esclavizadas a su mínimo marco histórico se reducen a una realidad pasajera, no pueden ir más lejos del instante en que existen. Imposibilitadas de un impacto en el futuro, no aportan conocimiento y su significado es una imposición irracional, es una falsa identidad. Son repeticiones literales de la realidad, lo que las hace prescindibles. Los artistas que no temen a su cita con el futuro dejan obras que puedan ser analizadas, juzgadas o admiradas siglos después. Bolsas infladas con el aliento del artista, obras de hielo o de gel para el cabello, son de química y concepto perecederos. ¿Por qué los conservadores de arte, los compradores y las instituciones les imponen una existencia artificial? El fondo converge con la forma. Sin valor estético es válido que no permanezcan para otras generaciones y no dejen testimonio de un cuerpo de obra enfermo, sin talento. No las hagan vivir más tiempo, no las restauren, no las sustituyan por otro animal fresco, déjenlas morir. El que elige el olvido no merece la trascendencia.

Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto de Milenio Diario, el sábado 26 de mayo del 2012.  

sábado, 12 de mayo de 2012

REFUNDAR LA EDUCACIÓN ARTÍSTICA.

Si sabrá más el discípulo, Francisco de Goya. 
 La educación artística, como la conocemos hasta ahora, no tiene sentido. Los planes de estudio están de espaldas a la realidad de los aspirantes a vivir de su talento artístico. No cumplen las expectativas de los jóvenes interesados en crear dentro de las disciplinas que exigen niveles de calidad y de desempeño como son la pintura, el dibujo, la escultura y el grabado y tampoco satisfacen las de los “artistas”. La misión de una escuela de arte es darle al alumno las herramientas teóricas y prácticas para que pueda desarrollar sus capacidades. Este aprendizaje no termina nunca y de hecho comienza al salir de la escuela, en el trabajo diario, con la experiencia y la implantación de metas. Pero estamos en el siglo de la devastación del arte y sucede que todos son artistas y cualquier cosa es arte. Esta noción demagógica, fantasiosa e irresponsable, democratizó a la mediocridad. Ya no hay que desarrollar talento, ni aprender técnicas de ningún tipo y tampoco hay que trabajar. El artista y su obra están dados. Seamos realistas, la teoría del arte ha exterminado al proceso educativo.
En esta utopía del arte todos los alumnos ya son artistas y deben ser aprobados, promocionados y premiados. Masticar comida y escupirla, grabaciones del ruido de la calle, una manguera enrollada: summa cum laude. El error y el acierto, fundamentales dentro del proceso cognitivo del aprendizaje, están nulificados ¿Cómo un maestro va a reprobar o corregir a un alumno por la calidad de un trabajo si todo es arte y la obra es infalible? No existen parámetros o criterios de evaluación y el maestro no tiene autoridad para hacerlo. La misión de adquirir conocimientos también es obsoleta. Si ya la obra está dada, qué le enseña el maestro al alumno. 
Ya tienen Asiento, Francisco de Goya. 

Para los jóvenes que desean ser pintores, escultores, dibujantes, grabadores, la escuela actual se queda corta. Las materias ya no profundizan y por incorporar a las nuevas tendencias quitan clases y horas de trabajo. La pedagogía de la no frustración, paternalista y condescendiente, niega la autocrítica indispensable en el desarrollo artístico. Materias fundamentales como dibujo al desnudo, técnicas pictóricas y escultóricas se dan con un barniz superficial. Estas disciplinas exigen el perfeccionamiento para alcanzar, con libertad, un lenguaje y estilo. Por esto, la solución es dividir a la educación artística. Siguiendo el criterio de selección y marginación de los museos de arte contemporáneo, que sólo admiten obras realizadas con discos usados de vinilo, montones de hamburguesas y pegatinas con mensajes xenófobos. Por un lado, en la escuela de Artes Plásticas los alumnos aprenderían con profundidad historia del arte, las distintas técnicas plásticas, utilización de materiales, el formato monumental, entre muchas materias que hoy se abordan con superficialidad. Y, por otro, crear una escuela de Educación Interdisciplinar para “artistas” con un un año de duración. Esta escuela sería un trámite burocrático que le permita al estudiante acceder a instituciones y becas. Las clases se avocarían a sus búsquedas creativas: llevarlos a basureros a recolectar objetos; clase de reflexión, retórica y jerga curatorial para que la obra tenga una explicación; sesiones con psicólogos que motiven los interiorismos existenciales de sus performances; de apropiación de obras y que entre ellos mismos usurpen su trabajo; de readymade y las diferentes categorías en las que se puede dividir y un etcétera que se actualizaría según los caprichos de la moda. A diferencia de las escuelas de artes plásticas, que requieren de espacio para talleres, hornos, tórculos y piezas escultóricas, ésta escuela de Educación Interdisciplinar para “artistas” se basta con un aula con sillas, archiveros y máquina para café.

Tal vez así mejore nuestro nivel artístico y dejen de traumar la sensibilidad de los jóvenes “artistas” obligándolos a estudiar el demandante y muchas veces frustrante proceso de la creación de las artes plásticas, cuando lo que quieren es exponer muebles rotos y bolsas de plástico y buscarles una reflexión. Mención honorífica, todos son artistas, la utopía ha llegado, el abismo de la estulticia se abre infinito. Hay sitio para todos.

Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto de Milenio Diario, el sábado 12 de mayo del 2012.  

sábado, 5 de mayo de 2012

¿Y QUIÉN SACA A LA BASURA DEL MUSEO? Arte Ecológico.

Ann Hamilton, Corpus. 
 Sequía en Somalia, Etiopia y Kenia, consecuencia del calentamiento global, con millones de personas padeciendo hambre y desnutrición. Las inmobiliarias incendian bosques en Europa para recalificar el uso del suelo. El derrame de British Petroleum en el Golfo de México abarcó 6 500 klm2 de superficie marina a un ritmo de casi 60 mil barriles diarios. Ante estas catástrofes ¿qué hacen los artistas contemporáneos activistas de la ecología? Una instalación con una tina de aceite quemado, colocan un vaso con agua en un pedestal, pegan los encabezados de periódicos en la pared. La ecología es un tema que a todos concierne. La fatalidad de nuestro estatus depredador se combina con el de productores: entre más producimos alimentos, objetos y satisfacemos nuestras necesidades, más depredamos y desperdiciamos. Este asunto, que es en evidencia grave y del que no se puede disminuir su importancia, es el lugar para el oportunismo, la demagogia y el lucro. Si los Estados y sus dirigentes, partidos políticos y ONGs de dudosa credibilidad hacen del daño ecológico que padece el planeta un vehículo para el fraude, para adquirir una respetabilidad que de otra forma jamás alcanzarían y robar donativos, cómo no lo iba a utilizar el arte contemporáneo. Este tema por su corrección política es el escapismo perfecto para no analizar a la obra y para darle un apoyo incondicional aunque en sus formas, métodos y resultados sean ellas mismas un atentado ecológico. La ecología está entre los llamados temas sociales del arte que pretenden la interacción comunitaria, la concientización de ideas y la utilización de nuevos materiales. Esto es retórico ya que las obras, en su mayoría esclavizadas al material, podrían ser casi todas ecológicas. Si se le asigna en discurso pertinente a los objetos encontrados y la utilización de basura es reciclaje, y se supone que es arte. Esta pepena, dependiendo del curador que tenga en sus manos el destino conceptual de la obra, podría ser una versión de un readymade o un mensaje al mundo para concientizarnos de las toneladas de basura que se desechan cada minuto en el planeta.
Ann Hamilton, Corpus
 Al margen de que el arte contemporáneo jamás se va quedar sin materiales, porque desde el cartón corrugado hasta la comida podrida, han pasado por las salas de los museos y pertenecen con orgullo a muchas colecciones privadas, lo que sí se puede decir es que tratándose de salvar al planeta con la revalorización de nuestros desperdicios hay artistas que podrían recibir el Premio Nobel de Ecología. La obra completa de Gabriel Orozco, Klara Liden, Karla Black, Gabriel Kuri, Eduardo Abaroa, B. Wurtz, Cildo Meirelles, y una lista interminable de artistas que hacen su obra con lo que debería estar en un vertedero. Su magnánima decisión de elegir un objeto, sobrevalorarlo y darle la condición de arte es una imposición que se queda corta con el esfuerzo que hacen buscando entre la basura y darle una segunda vida a algo que ya estaba desechado. Los artistas que intencionalmente se alinean en el término de ecológicos y que su discurso se centra en hacernos pensar en algo que ni ellos alcanzan a entender y plantear con certeza y coherencia, utilizan un tema para, como muchos políticos y ONGs, conseguir respetabilidad y un aprecio hacia sus obras expoliando el membrete social. Su sistema de trabajo es ejemplo de la depredación humana; sin lograr crear con autonomía, se apoyan en oceanógrafos, investigadores, botánicos, científicos, escritores, la comunidad, etcétera, para retroalimentarse y crear obras interactivas y participativas. Esta enorme lista de involucrados varía según el tema, el espacio y el material, pero la constante es que ésta es una de las ramas del arte que más apoyo requiere porque el artista carece de la iniciativa y los conocimientos generales para crear su obra. Con su posición de concientizador de las masas, de profeta que nos dice qué hacer y qué no hacer, poseedor de la lámpara de Diógenes que nos guía en la oscuridad, el artista, armado de un equipo multidisciplinario hace obras que en la mayoría de las veces atentan contra la ecología y la ética con que debemos tratar a la naturaleza.
Ann Hamilton Privation and Excess   
 Las obras de Ann Hamilton, artista militante y ecologista a ultranza, son una oda al desperdicio del que se supone nos tiene que hacer consientes. La instalación Corpus, en el piso de la sala del MoCA de Massachusetts, del tamaño de un campo de futbol, cubierto con miles hojas de papel. En la instalación Privation and Excess colocó 750 mil monedas de un centavo sobre un piso cubierto de miel, en otra área del museo metió dos ovejas en una jaula improvisada, sometiéndolas a un estrés innecesario y peor al que la industria impone a estos animales. Este despilfarro de materiales, la utilización de comida, la crueldad animal, son evidentes pero la arbitraria y demagógica idolología del politburó de este falso arte, evita verlas, las aplaude y justifica la falta de ética porque la artista, en su omnipotencia, nos está aleccionando de algo que tiene que ver con la conservación de nuestro planeta.
Mierle Laderman Ukeles
 Mierle Laderman Ukeles, otra activista de la basura, hace planos de los vertederos del estado de Nueva York y parte de sus performances es limpiar a fondo el museo, (si ella lo limpia es arte, si lo hacen los encargados de mantenimiento no es arte, es su trabajo). En otra obra pone a desperdiciar diesel a dos excavadoras para que hagan una coreografía. También llenó la sala del museo con 600 toneladas de vidrios rotos. Despilfarro, generación de basura, y gasto inútil de materiales. Su obra se concentra en hacernos sentir culpables de la basura que se produce y lo hace llevando toda clase de desperdicios al museo, ya en 1983 el Islip Art Museum en Long Island el personal de limpieza levantó su instalación antes de la apertura del show y la regresó de donde venia, al vertedero.

Marcela Armas, Exhaust
La obra de Marcela Armas, Exhaust, que, según ella, trata sobre la contaminación, es contaminación lo que produce. Inflar con el humo que producen los motores encendidos de varios automóviles una réplica de iguales dimensiones de una columna de un paso a desnivel, es un atentado contra el ambiente. El uso normal de esos carros genera trabajo, la obra de ella es ociosidad que no genera algo útil y en el momento de vaciar esos inflables esas toneladas de monóxido de carbono se fueron al aire, incrementando el problema, que se supone, está denunciando.
La contradicción entre lo que en verdad hacen y el discurso es parte de la ideología de este arte de la basura que nunca logra empatar sus ideas con sus acciones y objetos. Como en la demagogia, estas contradicciones son invisibles para los seguidores de sus obras. Es la ventaja de subirse a la tribuna de un tema políticamente correcto.  Los trabajos de jardinería, llevar macetas al museo, pintar casas, realizar encuestas, grabar el ruido de las calles, sembrar árboles, colocar tiendas de campaña o peceras en donde deberían estar obras de arte reales, son versiones del arte ecológico. Para resolver el problema de la degradación ecológica del planeta, para trabajar en él con objetivos serios y continuidad ya existen instituciones y organismos internacionales que lo hacen, ¿en qué momento el auto nombrado artista aspira a que su intervención sea una ayuda para este problema? Esta arrogancia, que se limita a una sala de un museo, a la invasión de espacios urbanos comunitarios, en realidad es una salida de emergencia.
Las obras al carecer en su esencia de propuestas estéticas se refugian en propósitos sociales y discursos morales. La salida de la ecología permite que una persona haga una instalación de ramas secas y pasto amarillo y le llame arte con un “benéfico” mensaje social. Los artistas con estas obras no realizan ni una mínima parte de lo que en realidad se requiere, además, banalizan el problema y en muchos casos ellos mismos son una fuente de contaminación, despilfarro y abuso animal. Trabajan sin una metodología real y sin acciones sistemáticas y contundentes que puedan aportar para resolver el problema. Esa evidente demagogia les trae grandes ventajas porque les abre la puerta a financiamientos, becas, exposiciones. Las instituciones les otorgan apoyos porque con estas obras sin valor estético se desatienden de llevar a cabo acciones reales. Y ya sabemos, no aportar a estas obras es estar a favor de calentamiento global, de la sequia o con lo que el artista desee chantajearnos. La dictadura de las buenas intenciones es implacable.

Publicado en la Revista Replicante