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Vik Muniz, Monalisa. |
La distanasia es el empecinamiento moral de la medicina que obliga a vivir a un enfermo que no tiene curación. También llamado ensañamiento terapéutico es una actitud ciega ante la realidad del enfermo y su sufrimiento. La conservación de las obras de arte está pasando por momentos oscuros y extremos. La restauración se toma atribuciones que no le corresponden haciendo que las obras vivan más, prolongando una existencia que no fue pensada para eso. Las contradicciones teóricas del arte contemporáneo son su piedra fundacional: rechazaron al museo y vaticinaron su muerte, lo llamaron sepulcro del arte para ser dependientes in extremis de la institución y crean obras efímeras para que los conservadores les den vida artificial. Al cambiar los objetivos del arte, el desprecio por las técnicas se derivó en el desprecio por los materiales. Los artistas, como una protesta a la institucionalidad del objeto artístico y su presencia perenne en el museo, eligieron materiales que no podían resistir el paso del tiempo, creando objetos desechables. El happening, la fiesta ritual que se acaba, continúo en el objeto y su creación, la obra tiene que durar un momento o ser realizada con materiales vulnerables que no existirán en la posteridad. Los simposios de conservación de arte, contradiciendo los deseos y las bases teóricas de estos trabajos, se obsesionan en hacerlos vivir más tiempo; y ya que usan términos médicos en sus protocolos de trabajo, diremos que esta obcecación es ensañamiento terapéutico o distanasia. Las obras de Vik Muniz realizadas con jarabes de sabores, los pasteles de Gabriel Orozco o el alpiste de Jessica Witte, no necesitan conservarse: que el museo sea congruente con sus ideas, acepte que compró un momento, un timeline, no documente el objeto y asuma su pérdida material. El coleccionista lo que adquiere es un gesto, la decisión del artista de escoger entre una cosa u otra. Cuando Sarah Lucas cuelga un pollo muerto sabe que se pudrirá. Pues que se pudra. Su intención es demostrar una actitud “irreverente” ante el arte. Empeñarse en sustituir el pollo por otro recién muerto y en investigar técnicas para restaurar el jarabe contraviene el sentido y la naturaleza fugaz de la obra. Son objetos performáticos que existen mientras suceden.
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Vik Muniz, Monalisa. |
El menosprecio por la trascendencia no es una broma, es una
posición que se debe llevar a sus últimas consecuencias. Las obras que buscan
permanecer, ir más allá de sí mismas y de su tiempo son las que trascienden.
Una obra de Otto Dix o Rembrandt son algo más que una presencia material: conmueven,
emocionan o golpean aunque el momento de su creación haya quedado atrás. Esto
es un asunto de implicación con la obra, de un estilo que sobrepaso los
límites, un significado que superó los motivos que lo generaron. Los materiales
duraderos responden a la necesidad de dejar testimonio: las cavernas están
pintadas con pigmentos que soportaron el tiempo y el clima. La utilización de
la piedra es práctica y es simbólica, es la transformación en arte de un material
que tiene la edad de la Tierra. Esculturas de grasa son físicamente efímeras y,
además, lo son intelectualmente. Esclavizadas a su mínimo marco histórico se
reducen a una realidad pasajera, no pueden ir más lejos del instante en que
existen. Imposibilitadas de un impacto en el futuro, no aportan conocimiento y
su significado es una imposición irracional, es una falsa identidad. Son
repeticiones literales de la realidad, lo que las hace prescindibles. Los
artistas que no temen a su cita con el futuro dejan obras que puedan ser
analizadas, juzgadas o admiradas siglos después. Bolsas infladas con el aliento
del artista, obras de hielo o de gel para el cabello, son de química y concepto
perecederos. ¿Por qué los conservadores de arte, los compradores y las instituciones
les imponen una existencia artificial? El fondo converge con la forma. Sin
valor estético es válido que no permanezcan para otras generaciones y no dejen
testimonio de un cuerpo de obra enfermo, sin talento. No las hagan vivir más
tiempo, no las restauren, no las sustituyan por otro animal fresco, déjenlas
morir. El que elige el olvido no merece la trascendencia.
Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto de Milenio Diario, el sábado 26 de mayo del 2012.