Con la belleza desprestigiada y marginada, el arte contemporáneo ha hecho del kitsch su orgullo burgués. El término kitsch tiene su origen en la palabra alemana Kitschen, que es una forma de timar, de vender algo que no es auténtico, impostura, imitación vulgar, las baratijas o las cosas que reproducen banalidades con ostentación. Ese el ejercicio de Jeff Koons con sus esculturas tamaño natural cogiendo con la Cicciolina, sus perros metálicos gigantes; o Damien Hirst con sus cuadros de mariposas, los tiburones en formol, hasta imitar la joyería de los cantantes de rap cubriendo un cráneo con falsos diamantes. Es la complacencia sensorial gratuita, el regodeo en la forma vacía. La obra de Bestabeé Romero es el kitsch en los términos del arte actual: piezas mandadas hacer en talleres, depredación y exacerbación del mal gusto social y vulgaridad en materiales, unido a una realización increíblemente costosa dentro su limitadísima estética. Degrada la forma pura del círculo y la funcionalidad de la llanta y las contamina con intervenciones folklóricas.
Aseveraciones falsas o innecesarias de lo que son las piezas, que no aportan a la estética -como las jergas impresas con llantas- al decir que son materiales de desecho cuando es obvio que son objetos comparados ex profeso, llantas con “incrustaciones de chicle de menta” o con supuestos “fragmentos de hoja de coca”. Es parte del espíritu kitsch cargar a las piezas de retórica superflua para hacerlas más atractivas. El folklor, el nacionalismo y la artesanía masificada realizada sin calidad, son parte de la identidad colectiva kitsch, es el lenguaje de la tribu. A la falsa funcionalidad de un objeto cotidiano se le dota de una decoración primitiva, innecesaria y exagerada otorgándole un valor emocional. Esta combinación de materiales y alteración de la forma es la razón de ser del objeto. La obra de Romero se queda con la decoración innecesaria y la impone como un torpe artificio a sus piezas. Ella es mexicana en el sentido estético de tienda de souvenir para turistas y esa nacionalidad visual es el “estilo” de su obra, pertenece a esta generación de artistas populistas -Amorales, Cruz Villegas, Damián Ortega- que depredan el patrioterismo más elemental para ir por el mundo como cuota étnica del arte y la demagogia de las “raíces” como pasaporte.
Las piezas de automóviles, carrocerías, llantas grabadas con flores y palomas, pintadas, doradas, tejidas, etcétera, son soportes que limitan a la obra y la uniforman; es una sola idea en réplicas chauvinistas predecibles. Lo que hace distancia con el kitsch de los nuevos millonarios, coleccionistas y artistas, es que el de Romero es deprimente, chiquito, en escala pobre, la costosa inversión económica que requiere cada pieza no brilla como sucede en el kitsch, que luce más de lo que vale. Los neones de Emin, la Pink Panther de Koons, el arte Pop, los mangas a gran escala de Murakami, todo persigue ser eye candy, pero la refaccionaria de Romero -sin la insolencia de la extravagancia- es la obcecación de sacarle más utilidad a lo inútil alterándolo, adaptándolo a una nueva vida; convierte la “felicidad” que promete el kitsch en algo penoso. Un Volkswagen pintado con nubes y una escalera de madera encima, copia las decoraciones estrambóticas de los carros de concurso y un texto curatorial relaciona esta escalera con entelequias religiosas dándole un sentido “místico” y moral al vocho. De la cursilería del objeto a la cursilería del concepto.
El kitsch consigue un ideal inconquistable con imágenes, música, estados de ánimo, programas de televisión que con su resplandor chillante ponen el sueño de la opulencia al alcance de todos. El parabrisas de un camión decorado comparte las pretensiones de una sala con un cuadro de mariposas de Hirst: manifestar una identidad a través de los objetos con los que se rodea, no quiere parecer culta o inteligente, quiere exhibirse. Decorar un corporativo o una casa de rico con una llanta de Romero o con sus parabrisas con exvotos pintados, es un gesto de pobreza visual que refleja la mediocridad social en la que vivimos, pero es políticamente correcto y cómodo porque además se alinea a la moral kitsch del Estado y la incorpora en su discurso.
Bestabeé Romero: Al Ras del Cielo. Museo de Arte de Sonora, MUSAS. Hermosillo, Sonora. Hasta diciembre del 2011.
Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto de Milenio Diario, el sábado26 de noviembre del 2011.
Todas las imágenes corresponden a obras de Bestabeé Romero.