sábado, 12 de noviembre de 2011

LA ERECCIÓN DE PINOCCHIO.


Erase una vez un carpintero llamado Geppetto que construyó una marioneta de madera con forma de niño para su disfrute emocional y sexual. Pinocchio llegó al mundo lúdico y desenfrenado de las marionetas con instinto y sin experiencia; era un juguete virgen. Esa misma noche Geppetto lo emborrachó, lo metió en su cama atándolo de los barrotes de la cabecera y lo sodomizó. Pinocchio adolorido y humillado se sentó a llorar desconsolado. Ese dolor lo excitó y su nariz creció. Una nariz de madera dura, fuerte, larga.

En la carpintería vivían varias marionetas que eran explotadas sexualmente por Geppetto y sus amigos, alcoholizados y drogados con solventes. En una catarsis del abuso, esta familia incestuosa de marionetas celebraba cada noche una orgía por placer, entre ellos, sin pederastas. Invitaron al novicio a participar y fornicaron con la muñeca de mejillas rosas, hasta quedarse dormidos enredados en sus hilos. Esta experiencia empujó a Pinocchio a convertirse en un niño de verdad, sin la intermediación chantajista del Hada Azul, lejos de esa carpintería miserable. Una orgía más con esos monigotes y con ese viejo apestoso sería insoportable. Y salió al mundo, se unió a un circo y ahí, en la decadencia del espectáculo, descubrió su sexualidad ingobernable y se convirtió en la estrella del show. Se cogió con su falo-nariz a los zorros, los domadores, los changos y a toda la promiscua troupe. Entre los seducidos estaba un pintor, dibujante y grabador, que por inventar historias perversas le crecieron orejas de burro.
Francisco Toledo desplaza a la palabra y narra con dibujos las aventuras de este juguete heróico que se enajena del reino de las hadas y busca la falsa promesa de ser un niño de verdad en la satisfacción de la furiosa erección de su nariz. Esta alucinante versión de Pinocchio está realizada en grabados –aguatintas y aguafuertes- y en dibujos al pastel, unidos en un interminable biombo que se despliega y nos guía por los episodios de las hazañas de Pinocchio sin que nos atosigue un grillo con sus consejos maniqueos. La obra fue exhibida por primera vez en México en el 39 Festival Internacional Cervantino.

Es un conjunto deslumbrante, seductor. Nos engancha al drama, a la revolución que provoca este niño de madera que juega y se venga de un mundo sádico y violador revolcándose con los habitantes del submundo del arte. Toledo exacerba la tradicional crueldad de estos cuentos y de su moraleja que nos enseña a ser temerosos de la autoridad. La marioneta existe a través de la manipulación, le dicen qué hacer y cómo hacerlo; la obediencia lleva al reino de la felicidad. Pinocchio rompe con esta esclavitud y encuentra la liberación en su promiscuidad. Los dibujos son pasteles con escenas audaces, trazos expresionistas, violentos, sin idealismo. Rostros que recuerdan a los parias de Otto Dix, con la fatalidad, escatología y cinismo de James Ensor, invadidos por la zoofilia de Toledo.


Changos, perros, pulpos, burros, caballos y más títeres, fauna fascinante, patológica y degenerada que sale de un lápiz infinito. En el desfile del circo, grillos y lagartijas participan del cortejo, Pinocchio cubre su nariz-falo de madera con una careta de elefante, la trompa es un condón rugoso. Pinocchio rojo con su nariz roja. Un cangrejo negro y azul se defiende de su apetito, pero el niño de madera se divierte con el peligro de las tenazas, amenaza con una roca y busca meter esa nariz en algún orificio del crustáceo, bajo un sol anaranjado y negro, en un cielo gris y verde. La imaginación de Toledo juega con los símbolos. Su versión de Pinocchio se ríe de la pedagogía de los cuentos, destroza las lecciones morales, sacrifica los arquetipos y demuestra que el arte reinventa cualquier cuento moral y lo lleva a límite de la tragedia. Estos grabados y dibujos, el color y el vertiginoso desfile de personajes y escenas en torno a la nariz de un niño insaciable, nos recuerda que la mentira es parte fundamental del placer sexual. Que las más grandes osadías suceden en la imaginación y crecen, como la nariz de Pinocchio, cada vez que las recordamos y las narramos a otros, que benévolos, creen nuestras falsas proezas.
Todas las obras corresponden a Pinocchio de Francisco Toledo. Las piezas a color son pasteles y el resto son grabados.
Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto de Milenio Diario, el sábado 12 de Noviembre del 2011.
Francisco Toledo, Pinocchio, grabados y pasteles.
39 Festival Internacional Cervantino. Guanajuato, México.