
En la novela biográfica o biografía novelada se permite un margen de especulación que recae en la falta de rigor, porque el escritor interviene los hechos con su estilo narrativo, dirige su punto de vista a lo que él considera relevante y lo demás, lo inventa. Elena Poniatowska, en su libro sobre Leonora Carrington, lo que decide es hacer de Leonora un personaje que nos resulte agradable a como dé lugar. En una profunda disociación entre lo que el personaje hace y cómo lo califica el escritor, nos dice “es rebelde”, desde su infancia hasta el final de la historia, aunque en el trayecto de su vida el personaje no realice un solo acto de rebeldía. La creación del personaje no parte de hechos, parte de imposiciones. Según la narración de Poniatowska, Leonora fue una niña millonaria que hizo lo que quiso, pero no por rebelde, sino porque sus padres le concedieron toda clase de caprichos. El mundo se venía abajo, la Segunda Guerra Mundial estallaba, deportaciones y asesinaros en masa, Max Ernst era detenido y enviado a un campo de concentración y Leonora no se enteraba, vivía en una actitud adolescente y de locura de personaje de telenovela. Esta combinación rica-ingenua-rebelde-intelectual es la que encaja a la perfección en la descripción de lo que podría ser la vida de Poniatowska. Con este libro ella misma dicta el estilo que en el futuro debiera tener su biografía.
Los personajes son surrealistas sin descanso, hasta para pedir el desayuno hablan en términos surrealistas, no tienen otra preocupación, ni política, ni social, ni cotidiana más que “ser” surrealistas, el movimiento artístico en este libro resulta un frívolo disfraz. La autora no hace un análisis de esto, no se desprende de lo que escribe, crea una hagiografía inverosímil de un personaje al que obliga a responder a un cliché de ingenuidad y locura, preparándolo para una mistificadora biopic cinematográfica. El hecho de que Leonora pinte es casi irrelevante, la hace surrealista desde que nació, no existió una investigación o un proceso creativo que la llevara a decidir y configurar su lenguaje, su estilo y sus imágenes, desde su más tierna y millonaria infancia ella ya veía el mundo como si viviera en una de sus futuras pinturas. Ese proceso, que es medular en todos los artistas, aquí sucede por influjo. Cuando es muy evidente que fue Ernst el que le dictó la estética y la dirigió dentro de un canon que ya tenía desarrollado en obras como Una semana de Bondad. Esto es secundario, lo principal es que Leonora no puede pedir un tomate sin hacer una metáfora surrealista. Con esta exaltación la obra de la pintora queda relegada ante una personalidad y una locura hilarante, posada y chocante.
Carrington no es sobresaliente por su vida, por lo demás nada extraordinaria si la comparamos con los personajes de la época, es interesante por el universo de su obra, ese aspecto que aquí pasa a un segundo plano para imponer un personaje unidimensional. ¿Por qué hacer más importante una actitud que la obra misma, que es lo único por lo que un artista es recordado? Tal vez para decirnos que lo realmente relevante es la personalidad del autor, en este caso Poniatowska, es el modelo de esta reconstrucción inverosímil e infantalizada de Leonora.