
El coleccionismo privado ha aportado mucho a los museos, desde los grandes como el Prado de Madrid, cuyos muros están habitados por la colección privada de Carlos V y Felipe IV. El Louvre existe gracias a que la Revolución Francesa decidió que los tesoros del rey eran del pueblo y más tarde esa colección se alimentó de los triunfos de Napoleón. En Nueva York tenemos ejemplos notables, la Frick Collection, su creador Henry Clay Frick se puso como misión tener la colección de arte más importante de América y dedico su fortuna y su vida a lograrlo, sacrificó a sus obreros para heredarle a la ciudad bellinis, tizianos, el gabinete de la Du Barry pintado por Fragonard, y una finísima colección de muebles y tapices, entre muchas obras.
Rendido antes de emprender la competencia, Guggenheim decidió coleccionar arte moderno porque asumió que nunca igualaría a la Frick.
La colección de la Neue Galerie es una de las más cultas, refinadas y bellas que existen en el mundo, su dueño Ronald Lauder -de la firma de cosméticos Estée Lauder- , se ha centrado en el arte de alemán y austriaco las primeras décadas del siglo XX, entre sus piezas tiene varias obras de Otto Dix y el retrato de Adele Bloch Bauer de Gustave Klimt que adquirió por 135 millones de dólares. Y por supuesto la dignísima e interesante colección Andrés Blaistein de arte mexicano.
Por eso la expectativa era muy alta, al hablar del Museo Soumaya estamos hablando de la colección del hombre más rico del mundo, lo que pudieron invertir estos coleccionistas es nada comparado con la muy superior capacidad de compra del ingeniero Slim. Y digo ARTE no objetos para decorar la casa.
Roman Abracamovich, el ruso multimillonario número 53 en la lista Forbes, excéntrico que los tabloides critican por sus compras impulsivas se hizo en una subasta de Christie’s de dos obras extraordinarias: un desnudo femenino de Lucen Freud por 33.6 millones de dólares y un tríptico de Bacon por 86.3 millones de dólares. Eso es lo que esperamos ver en un museo, no lo que hay en el Soumaya. La arquitectura es un edificio pretencioso que promete algo que por dentro no cumple, nos meten en un cilindro de concreto con rampas mal diseñadas, sin acabados, una entrada mínima y salas sin organización y sin flujo. No existe una museografía, es una reunión de cosas como si estuviéramos en la casa de alguien- con sus particulares aficiones decorativas- que se deja aconsejar mal por esos anticuarios que rellenaron la Galería de Palacio Nacional. Un cartón del Sodoma, un José de Rivera, el mural de Siqueiros, un dibujo de O’Gorman y los bronces de Rodin, es todo lo el museo ofrece, lo demás es decoración y obras de muy, muy dudosa originalidad y objetos disímbolos sin valor histórico.

Lo que más duele al ver esto es que no hay colección, ni amor al arte. Cuando una colección está configurada con pasión, se denota un cuerpo coherente de obras, preferencias claras que hacen de la reunión un acontecimiento, es el caso de la Neue Galerie y ya no digamos de la Frick, pero aquí hay compulsión por comprar, poca cultura y ninguna pasión estética. No es una colección de arte sacro, no es de barroco, no es de impresionismo, porque todas las obras de estos estilos son menores y las obras de arte novohispano son casi artesanía. Y esto no tendría ningún problema si este museo no fuera un gesto del hombre más rico del planeta “que le da a los mexicanos la oportunidad de que conozcan arte internacional”, entonces esperamos algo de igual importancia. Si las pinturas del Museo del Prado se pagaron con el oro de las Indias esta colección también, ahí está el dinero de una nación, todos de alguna forma hemos pagado por eso. Cuando Tita Cervera se casó con el Barón Thyssen Bornemisza y comenzó a comprar arte, en el mundo de los grandes dealers se reían de su voracidad que llegó a desequilibrar los precios del arte, pero al fin creó una colección infinitamente superior a esta.
Una cosa es clara, nadie pasa a la Historia por su riqueza, al morir las fortunas se dispersan, y siempre surgirá alguien con más dinero, es la rueda de la vida, por eso los magnates hacen colecciones de arte y museos, para no quedar en el olvido y trascender. Si el ingeniero Slim está buscando pasar a la Historia, está a tiempo de sacar esas cosas del museo y comenzar una auténtica colección de arte, coherente, interesante y por lo tanto valiosa. Mientras se decide, como se ve que al ingeniero le gusta adquirir por lotes, sin elegir con cuidado cada pieza que le dará forma a la leyenda que dimensiona una gran colección, solo le pido que no le compre al matrimonio Noyola su lote de 1200 obras y objetos falsos atribuibles a Frida Kahlo o a quién sea. Y gracias por no cobrar la entrada al museo, no merece que la paguemos.
Publicado en Laberinto, Suplemento Cultural de Milenio Diario, el sábado 18 de junio del 2011