
“Esto fue una ofensa criminal. Yo no voy a la casa de alguien y le rompo la mesa del café y le llamo a eso arte” Declaró muy molesta Tracy Emin cuando los artistas chinos Yuan Chai y Jian Jun Xi iniciaron una guerra de almohadazos con los cojines de su obra, My Bed, expuesta en la Tate Modern en 1999. Los artistas fueron detenidos por la policía, acusados de atentado criminal contra una “obra de arte”. Yuan Chai declaró en posición de ataque marcial “Somos Kung fu-artistas, queríamos hacer una obra a partir de la Emin”. La interacción, la idea de que el trabajo artístico está en proceso porque el espectador va a terminar la obra, es parte del discurso retórico que acompaña a la mayoría de las obras de arte contemporáneo, pero cuando sucede una acción alrededor de la obra, como en este caso, resulta que esto es intocable, acabado y que el espectador no se puede acercar porque le caen a golpes. Haciendo énfasis en que los citados chinos son artistas, es decir son consecuentes a la teoría que este arte establece de que tienen autoridad de intervenir una obra y transformarla sin que sea un delito. La mayoría de estas obras apuestan al escándalo como único valor estético, o la explotación del equivoco, -como es el caso de Duchamp, un urinario de cabeza en un sitio inusual- y supone que esto motivará al espectador a reaccionar y reflexionar. En otra ocasión estos Kung fu-artistas decidieron que el urinario de Duchamp era una invitación y se orinaron en el que está expuesto en la Tate. El museo declaró: “Dos artistas rompieron la placentera visita del público atentando contra una obra y contra nuestro staff”. Orinarse y darse de almohadazos no es arte, pero tampoco lo es una cama sucia o un urinario, entonces ¿por qué lo que los chinos hacen es un atentado criminal? Lo que nunca especifican es hasta donde se puede reaccionar y si es válido hacerlo ante la provocación o el insulto.

En el National Antiquities Museum de Suecia, los artistas Dror Feiler y Gunilla Skold hicieron una instalación en homenaje a una terrorista palestina que asesinó con una bomba a 21 personas e hirió otras 54. Llenaron el estanque del museo de agua roja, para que pareciera sangre y colocaron en un barquito la foto de la terrorista. El embajador de Israel, en protesta por el enaltecimiento al terrorismo, arrojó al estanque una de las lámparas que iluminaban la escena y provocó un corto circuito en la galería. ¡Bingo! Los artistas y las autoridades del museo se quejaron de censura e hicieron su show de incomprendidos ante los medios.

El asunto es que si deliberadamente escandalizan ¿Por qué se indignan con la reacción? Porque la indignación es un montaje, es el oportunismo de manipular la provocación para ser noticia con algo sin valor intelectual y estético. La realidad es que estas obras aspiran con sus incitaciones a ser carne de titulares. La reflexión que buscan no aporta nada a sus objetivos, los aplausos son un ritual endogámico que pasa desapercibido, pero cuando surge el escándalo la obra existe, antes no. La interacción del público se debate en contradicciones y trampas, por un lado buscan que el espectador sea un admirador-bulto que se traga lo que sea y por otro incitan con temas de confrontación inmediata para llamar la atención. Todo está puesto para ser infringido o violado: los materiales carecen de valor, la factura es inexistente o de ínfima calidad, muchas son obras efímeras o de ver y tirar a la basura, otras son insultos directos y gratuitos, enaltecimiento de la violencia o del morbo, etcétera, etcétera. Si el espectador es educado, sabio y accesible, como se supone que debiera de ser, la obra pasa al olvido y de ahí la bodega de reciclaje. Si el espectador cae en la trampa y reacciona, toca, manipula, se enfurece o se ríe, la obra existe y ¡oh paradoja! el artista se siente humillado y exige respeto. Por eso los chinos cometieron un atentado criminal, porque pusieron en evidencia que lo peor que le puede suceder a este supuesto arte es que el público reflexione y que sea “sensible” y acepte las obras como objetos de contenido intelectual. Seguir la sentencia de Yoko Ono de “tocar solo con la mente” los lleva al abismo del olvido.