
¿Cuántas veces hemos visto en las horrendas fiestas infantiles a payasos deprimentes que hacen animales con globos? Esta costumbre no es exclusiva de nuestro país, se practica en casi todo el mundo. Un perro de estos animales inflables es el modelo de una de las esculturas más famosas de Jeff Koons, Balloon Dog, hecha en 1996. Jeff Koons no inventó la imagen, la copió a estos payasos y la reprodujo en materiales permanentes como “una parodia a la banalidad” en su fábrica-estudio con 50 asistentes en el 600 de Broadway, en Nueva York y con el fabricante de objetos arquitectónicos y artísticos Carlson & Co. Tiene varias versiones en diferentes tamaños y materiales, una pequeña, de porcelana de la que hizo 2300 copias y que se venden entre 7,500 a 12 mil dólares cada una en eBay, la grande de acero se hace bajo pedido y cuesta 20 millones de dólares. Es una idea explotada y repetida al máximo.
Koons, que no sabe dibujar ni esculpir, dice de sí mismo “soy una persona de ideas, no me involucro en la producción física de mis objetos, no tengo las habilidades necesarias, así que contrato a los mejores para que lo hagan”. Es decir que por lo menos los payasos de las fiestas sí hacen sus perros inflables. Koons no hace, sólo “piensa”, y su aparato de marketing vende. Hasta aquí ninguna novedad dentro del sistema de creación del arte contemporáneo, si no fuera porque Koons reclama los derechos de autor de todos los perros de globos que se hagan en el mercado. En una galería de San Francisco, la Park Life, los abogados de Koons obligaron a los dueños a retirar unos perros de pasta que estaban vendiendo. Estos perros fabricados en Canadá se distribuyen en 300 puntos de venta. El galerista dice escandalizado: “is fuckin nuts, Jeff Koons owns all likenesses of balloon dogs? No, no lo es. Este es un abuso demencial de un hombre que no es artista, es un vendedor de objetos kitsch caros.

En ese plan, Gabriel Orozco es dueño de los derechos de todas las cajas de zapatos del mundo. Warhol enterprises le tendrá que cobrar derechos de autor a Campbell’s Soup Company, a Coca-Cola y a todos los que en su limitadísimo lenguaje han usado su logo para hacer obras de “protesta y reflexiones a la sociedad de consumo”. Los restaurantes de mariscos que paguen a Hirst por decorar con tiburones disecados o en tinas de formol. Que Disney pague por la utilización de Mikey Mouse hasta la nausea en millones de obras “sobre el imperialismo”. Con urgencia que todos los artistas hagan una asociación o sindicato y que registren la autoría colectiva de toda la basura que genere el planeta. Que Gabriel Kuri exija regalías por todos los arboles de la cuidad que estén cubiertos de chicles masticados. Los que instalen mingitorios que paguen derechos a los herederos de Duchamp, incluidos los artistas que han copiado la pieza. Los descendientes de John Cage que tengan el copyright por el silencio y los de Piero Manzoni de la mierda en todas sus formas.

En este arte que robar o “apropiarse” es una de las premisas estéticas, que la denostación de la autoría es uno de sus pilares retóricos, que un artista pida derechos de autor por una idea que no creó y que copió es la cima del cinismo. Pero los cínicos llegan lejos porque los cobardes no pierden la oportunidad de callarse la boca. Lo increíble es que Koons no aprende, olvidar es parte de la arrogancia. Ya en 1992 el fotógrafo Art Rogers lo demandó por robarse una foto que imprimió en una postal y que Koons usó de modelo para la escultura String of Puppies, de la que hizo tres copias y vendió en 350 mil dólares cada una. El jurado dio la razón al fotógrafo y Koons tuvo que pagar. Su alegato de defensa fue un texto curatorial: afirmó que la apropiación es parte de su estética y que usó la postal para ridiculizarla.
Es decir, él sí puede utilizar deliberadamente algo que no inventó, pero si alguien más toma la pieza, y la usa, entonces si es un robo autoral. Sin el valor del autor original, el imitador, el copiador, el ladrón, exige su derecho de copia, y lanza abogados a pelear por algo que él se robó antes. La obra no es del que la hace, es de quien sabe pervertir las leyes de derechos de autor, esa es la retórica imperante.
Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto, de Milenio Diario.