martes, 7 de diciembre de 2010

LOS PECES DE TIBERIO


José Clemente Orozco, Desolación de la serie La casa de las Lagrimas.

El seductor no carga con ningún peso ético, es un cuerpo ávido de sensaciones, que se empeña en crearlas y se hace adicto a ellas. Seduce para vivir, para dormir, para comer, para defecar, es lo que hace de su existencia una aventura que se prolonga en la medida que su propia osadía lo impulse. Los artistas de este vicio nunca piensan en sus consecuencias, eso limitaría su acción, no existe una repercusión que justifique suprimir su placer.
Egon Schiele disfrutaba despertando la vanidad de las adolescentes, casi niñas, invitándolas a posar para sus hermosos dibujos, ese halago que implica la proposición “te quiero hacer un retrato” dice “eres bella” y era suficiente para que las niñas y jovencitas entraran en su jardín y se quitaran la ropa, hasta que la puritana sociedad hizo un escándalo que arrojó a Egon a prisión. Las pinturas de Balthus retratan la natural inclinación que hay en las niñas por sentirse femeninas y deseadas, en la memorable Therese Soñando, ella tiene unos doce o trece años, levanta una pierna y deja que el sol se pose sobre su coño, cierra los ojos disfrutando del calor, de un placer para ella, procurado por ella, mientras un gatito lame leche de un plato. Las pinturas de Balthus son esas niñas marquesas que encontraban a Casanova vestidas solo con un antifaz y dispuestas a narrar sus desgracias matrimoniales en la cadencia de una góndola, son las monjas que el italiano robaba de los conventos y que disponían de más voluntad a la entrega carnal que a la espiritual.


Egon Schiele, Desnudo.
Egon Schiele disfrutaba despertando la vanidad de las adolescentes, casi niñas, invitándolas a posar para sus hermosos dibujos, ese halago que implica la proposición “te quiero hacer un retrato” dice “eres bella” y era suficiente para que las niñas y jovencitas entraran en su jardín y se quitaran la ropa, hasta que la puritana sociedad hizo un escándalo que arrojó a Egon a prisión. Las pinturas de Balthus retratan la natural inclinación que hay en las niñas por sentirse femeninas y deseadas, en la memorable Therese Soñando, ella tiene unos doce o trece años, levanta una pierna y deja que el sol se pose sobre su coño, cierra los ojos disfrutando del calor, de un placer para ella, procurado por ella, mientras un gatito lame leche de un plato. Las pinturas de Balthus son esas niñas marquesas que encontraban a Casanova vestidas solo con un antifaz y dispuestas a narrar sus desgracias matrimoniales en la cadencia de una góndola, son las monjas que el italiano robaba de los conventos y que disponían de más voluntad a la entrega carnal que a la espiritual.
En el libro de Adriana Malvido El Joven Orozco, Cartas de amor a una niña surge el José Clemente Orozco que seducía con la misma obsesión y temperamento que le dedicaba a la pintura. Al margen de la interpretación que la autora hace de la situación amorosa, las cartas son la descripción del proceso de un seductor que no dejará de utilizar el mismo método en toda su vida. Orozco calcula al conocer a Refugio, no se enamora a primera vista, reconoce que esa niña que se encuentra todos los días de camino a la escuela es la misma que vive en la vecindad en la que tiene su estudio, es decir, está a su alcance. Así comienza a enamorarla con cartas y un torrente de palabras, que se desbordan en una borrachera de emociones, indispensables para un artista que necesita vivir en una pesadilla diurna sentimientos que inventa, provoca y retuerce para alimentar esa pasión que requiere pintar.


Balthus, Therese Soñando.
Refugio tiene 12 años, solo va a misa y a la escuela, es virgen, es la representación romántica y estética de una cacería sin consecuencias ni compromisos, es un pozo de imágenes que empuja a la masturbación, a visitar prostitutas de esa edad y dibujarlas en la serie de La Casa de las Lagrimas, donde niñas desnudas esperan a sus clientes en camas húmedas y deshechas, con el cuerpo en el abandono, agotadas por decenas de cogidas y felaciones. Esas niñas de cuerpos sabios, explotados, dolidos, tienen la edad de la Refugio que el joven Orozco persigue y le dice, “Dame un besito, solo uno”, “Quiero estar a tu lado, quiero abrazarte, quiero hacerte mil caricias, quiero consumirme en la lumbre de tus ojos”.
El pintor que retrata los desperdicios humanos más sórdidos y la belleza de los ideales, necesita ir de la virginidad de Refugio a la penumbra enferma del burdel, para captar una transición que lo llena de sabiduría. Orozco nunca tuvo intención de casarse con Refugio, lo prueban casi 500 cartas en las que jugó a despertar en ella la pasión haciéndole creer que enloquecía de amor a un hombre adulto. Es la exacerbación del sentido de poseer, analizar, chantajear y convencer a la pequeña. Refugio se siente halagada, responde como personaje de novela de folletín y es muy posible que fuera lectora de esas historias y viviera en esta relación su propia novela. Orozco tenía 26 años, él dice que lloró al despedirse de Refugio, y es cierto, Refugio fue el deseo, la sensualidad intocable, y el triunfo de sus palabras. Diversión sin duda, a la altura de un hombre que amó bailarinas, que madrugaba en Nueva York para palear la nieve y poder ver a su vecinita irse al colegio. El emperador Tiberio habría celebrado esta relación, mientras sus niños-peces le mordían el falo y nadaban a su lado.
Publicado en Laberinto de Milenio Diario, el sábado 4 de diciembre del 2010.