
Podemos narrar nuestra historia a través de seducciones y asesinatos, de cuerpos poseídos o destrozados. Somos una cadena de seres que se enamoran, se atacan, que buscan a la eternidad o la muerte. La experiencia que tiene Arturo Rivera con el cuerpo humano es visceral, su mirada es cirugía que recrea en pinturas huesos cercenados y venas secas, está íntimamente relacionado con las tonalidades de los músculos cuando entran en rigor mortis, las deformidades provocadas por impactos o alteraciones genéticas. Disecciona la locura y la obsesión del cuerpo que ofrece placer, que se entrega. Ubica estas presencias en una composición geométrica, equilibrada, que pone un orden intuitivo en la mente del que observa, hace un altar que venera el ritual que eterniza el placer y el sacrificio.
La tragedia de la imagen es devorada y reinventada, el dolor que supone una mano amputada, con las uñas sucias, los dedos contraídos y la piel retirada, es una síntesis de nuestra condición efímera. La pintura de Rivera investiga una naturaleza humana desconocida, la despoja de oscuros velos imaginarios para presentarla como su mirada ve y la entiende, dejándonos heridos y seducidos. Su voluptuosidad es cruel, incita a idealizar el cuerpo que se ama o se tortura, utiliza la misma maestría y fascinación para un un mosquito preso en una piedra, que para pintar el coño de una joven que se exhibe con medias negras y nos reta con una delgada vara atrás de la cintura, dispuesta a flagelar, a azotar al que crea que unas piernas abiertas no guardan riesgos.
Rivera hace de la realidad una posibilidad inédita, el cadáver evoluciona en una investigación de la inerte inutilidad de nuestra esencia, mientras la paz de un perfil femenino es la oportunidad de encontrar la sublimación que antes nos negó con los cráneos desdentados. La presencia antagónica de la serenidad y la locura son la advertencia de las trampas en las que caemos cuando sobrevaloramos nuestra existencia. Para el ojo de Rivera la vanidad de una mujer que se contempla en un pequeño espejo, que apenas le regresa un fragmento de su rostro, esa escena seductora y de coquetería descarada, es la antesala de la histeria descontrolada que roe huesos humanos y se embarca en una pequeña nave a surcar el Rio de la Estigia.

Frente a la extraordinaria presencia de imágenes terribles, nos sentimos trastornados porque la creación de la belleza recae en el artista. Entonces la belleza es invención de la inteligencia. ¿Para qué sirve la pintura si no es para deslumbrarnos? ¿Para qué miramos un cuadro si no es para mirarnos a nosotros mismos? Rivera lo sabe y crea un universo que se convierte en delirio que vaticina y emancipa con sus imágenes. El arte exige generosidad, demanda que todo el talento sea vaciado en cada obra, que el artista no deje ideas o acciones pendientes. El arte es decisión ante un instante que se va. La pintura de Arturo Rivera nos persigue, sabe que ese instante es su única oportunidad, es obra plena que no escatima recursos, sabiduría y devoción al lienzo. En el dominio seguro de su técnica, utiliza fórmulas de pigmentos que son resultado de numerosas pruebas y experimentos, sus colores son dramáticos, profundos, otorgan veracidad a la piel, al sudor, a la sangre, al reflejo de la luz.

Somos adictos a las imágenes, las necesitamos para identificarnos, para aprender, conocer, cuando un artista inventa una imágen nos aporta algo que va alimentar a nuestra memoria, la lleva por caminos que antes no había transitado. El que decide ver asume el riesgo del artista y hace suya la obra, la asimila para que forme parte de su propia historia. La presencia del Lamento de Vulcano, su grito largo, canto gutural al vacío, con un turbante rojo que envuelve su angustia y desesperación, contrasta con la delicadeza de una mujer con una granada abierta y una rama frágil en la mano, sus pechos apretados en un corsette suntuosamente bordado, la piel luminosa, fresca. El apetito de ver y el de poseer son insaciables. Rivera nos obliga a librar un combate entre las imágenes que nos hipnotizan por el dolor que revelan y las que nos seducen por su ofrecimiento carnal. En todas nos pervierte como testigos.
Arturo Rivera, Ajustes Secretos. Galería Arte Actual Mexicano, Monterrey Nuevo León.
Publicado en Laberinto de Milenio Diario, el sábado 6 de noviembre del 2010.