domingo, 12 de septiembre de 2010

BICENTENARIO KITSCH


EKO, Suave Patria, mixografía.
El nacionalismo es el reino de lo kitsch. Ahí florecen, sin ningún límite ni pudor, el despilfarro, el mal gusto, la evasión y el oportunismo. Después de la tradición histórica de burlarse de las fiestas de 15 años como el pináculo de la ridiculez, llegan estas fiestas patrias del Bicentenario para ocupar su lugar con su despropósito y dilapidación. Y al margen del uso político que están dando a este circo, de la manipulación de la historia y de la histérica rapiña con la que escritores e intelectuales han sacado tajada de estas celebraciones escribiendo libros de ficción o revisionistas sobre ellas, al margen de todo esto, es increíble que la fiesta aún no comienza y no deja de anunciarse su fracaso.
Y es que no es para menos.
Para empezar, el monumento conmemorativo es un arco que no es un arco, y para justificar que los organizadores del certamen desconocen la diferencia entre una línea recta y una curva, le cambian el nombre. Sin respeto por el equilibrio de peso y espacio, está ubicado en un sitio saturado visualmente y carece de aportaciones estéticas originales. El primer error fue dárselo a un bufete de arquitectos y no a un escultor. Pero como los artistas apadrinados por este sexenio creen que la escultura es una pila de basura y habrían colocado una torre de baños portátiles como monumento, es evidente que los organizadores no podían echar mano de los “talentos” consentidos de Conaculta. Los diseñadores de esta doble pared, en un acto de banal arribismo, lo planearon para ser construido con materiales importados: acero de Finlandia, cuarzo de Brasil que se lamina en Italia, etcétera, incrementado los costos. A esto se suma que, a última hora, los constructores triplicaron el presupuesto para además no tener el monumento listo a tiempo, dejando sin sentido su objetivo conmemorativo.
En lo que era Palacio Nacional, hoy convertido en galería, organizan una exposición de antigüedades de dudosa originalidad compradas en la Zona Rosa, que tampoco va a estar lista para los festejos, con un gasto de 140 millones de pesos. Esta mega colección de memorabilia, tiene como único fin ser el marco de la supersticiosa ceremonia de exhibir los restos de los héroes que se encontraban en la Columna de la Independencia. El ritual de atraerse el poder de los muertos sacando sus huesos de la tumba, sigue la moda impuesta en América Latina por Hugo Chávez, quien exhumó los restos de Simón Bolívar, y que siguen los santeros venezolanos que violan tumbas de personas relevantes o talentosas para hacer amuletos que cuidan a delincuentes y narcotraficantes.
El asunto es que el nacionalismo y el fascismo no guardan distancia estética. Para la propaganda nada es demasiado porque se desarrolla en la inmediatez, busca un impacto momentáneo y se desenvuelve en la visceralidad de las emociones. Es por eso que los despojos que están dejando estas celebraciones son vergonzosos.
Encargan el desfile y los festejos a empresas de eventos que hacen lanzamientos de coches y de productos de limpieza, el resultado: paseo de carros alegóricos con extras disfrazados de nopales que recitan Suave Patria, coreografías aéreas que no es más que rappel sobre un muro en donde el tema es la “unidad de los mexicanos” y otras intenciones de marketing que hacen abstracción del motivo que se celebra.
Pareciera que la propaganda política que nos impusieron con el futbol no fue suficiente y, con voluntario ánimo depredador, se suman a título personal películas con escenografía de pueblito vaquero, obras de teatro con crinolinas anacrónicas, pelucas y bigotes postizos, estopines, rifles de plástico. ¿Qué va a quedar de estas celebraciones que podamos conservar? Nada. Miles de comerciales de televisión, series históricas, programas de sillón y gente discutiendo un pasado que se diluye ante un presente fracasado. Estas celebraciones, además de su monumental mal gusto, son la demostración de que sus organizadores no fueron capaces ni de hacer una fiesta, y lo más grave, que sin conocer el lenguaje real de la propaganda no pueden comunicar, emocionar ni involucrar a la población. Su única ventaja es que las próximas serán en 100 años, y tal vez sobre las cenizas de este país.
Publicado en Laberinto de Milenio Diario, el sábado 11 de septiembre.