domingo, 1 de agosto de 2010

EL COLECCIONISTA




Balthus, Teresa Soñando. Felicien Rops, Pornocrates y Estudio para la Tentación.
Coleccionar arte puede hacer de una existencia normal, una leyenda. Una colección de arte revela los gustos, obsesiones y pasiones de su propietario. Es parte de la gran presencia que significa el arte. El coleccionista inglés de arte y libros libertinos Henry Spencer Ashbee -enfermo del “vicio ingles”, la adicción a ser flagelado- buscó incansable al artista belga Felicien Rops para que le vendiera acuarelas eróticas y le realizara la portada de su libro, una bibliografía de libros prohibidos y obscenos. Esta búsqueda lo llevó a ir en varias ocasiones a Bélgica, esperar a que la crisis del ajenjo del artista pasara y recolectar pacientemente las obras. Algunos coleccionistas comisionan retratos de ellos a diferentes artistas creando un psicoanálisis plástico de sí mismos, plasmando el paso del tiempo a través del temperamento y estilo de los pintores, como en la colección de retratos de María Asúnsolo. La colección de Jaques y Natasha Gelman de pintura europea con piezas notables como la obra de Balthus, Teresa Soñando, -afortunadamente cedida al Metropolitan Museum de Nueva York, aquí la tendrían embodegada o dispersa como todas las grandes colecciones de pintura- su selección habla de su visión estética y su inclinación por obras personalísimas y sensuales.
El coleccionismo es un mecenazgo indispensable en la producción artística, el artista crea por necesidad intelectual, pero vende para continuar con su carrera. La obra se consagra cuando es expuesta y su objetivo es recaer en la mirada del otro. Para un artista es una satisfacción enorme vender, que su creación emocione y forme parte de la vida de otra persona. El coleccionismo evoluciona en adicción, obtener determinada obra obnubila la conciencia, mata el descanso; y una vez que el adicto la contempla se apasiona con su presencia, poseerla es un triunfo casi sexual.
Al ver las obras podemos intuir la educación y sensibilidad del dueño, su inclinación por un estilo o por un artista, descubrir sus sueños y pesadillas. Esto crea de él una biografía que no disimula, que lo descubre y delata. Si estudiamos a los coleccionistas de arte contemporáneo podemos concluir muchas cosas. ¿Qué pensar de alguien que paga 250,mil dólares por un montón de caramelos porque le dicen que es una obra contestataria de arte? ¿Qué pensar de alguien que compra cajas de cartón, juguetes de feria, neumáticos folklóricos etc., creyendo que eso es arte? Que los artistas cuentan con la ignorancia del comprador para timarlo con su obra, porque no sabe qué hacer con su dinero, no aprecia la belleza y no distingue entre un objeto de consumo sin valor y una pieza de arte; y en una lastimosa necesidad de llamar la atención adquiere basura y cosas ridículas para ser el más excéntrico o el más despilfarrador. En la amarga comedia de Shakespeare, Timón de Atenas, el personaje Timón es un rico que adquiere amistades y aprobación dando regalos a poetas y artistas estafadores que se acercan a él y le venden lo que sea, saben que va a pagar fortunas por obras mediocres, joyas de mal gusto, favores políticos que no existen. Solo Apemato no le pide nada y dice sin pudor “no quiero tus amabilidades, los buenos días te los devolveré cuando estos pillos sean honrados”. Timón podría ser el coleccionista de arte contemporáneo que compra sin ver, no sabe decidir y se deja engañar y manipular para complacer a la moda, al estatus y ser popular. Nada que ver con el mecenazgo, este tipo de compras lejos impulsar la cadena de producción del arte le hace un daño tremendo. Encumbran artistas sin mérito, crean consenso ante la mediocridad y para obtener beneficios extras se imponen a los espacios Estatales -siempre complacientes y entreguistas- y utilizan al museo como la portada de una revista del corazón o la sección de sociales.
Por eso hay que tener cuidado con lo que se compra, habla mucho de la persona, es una radiografía de su inteligencia, de su individualidad. Para crear arte se requiere talento y también se requiere para comprarlo. Es evidente que la ausencia de facultades y aptitudes de tantos artistas de arte contemporáneo la comparten con sus coleccionistas: obras fraudulentas para compradores incapaces.
Publicado en Laberinto de Milenio Diario, el sábado 30 de julio del 2010.