Entrevista con Rogelio Villarreal para su programa de radio Resonante en relación con mi articulo Arte y Narco a continuación.
La admiración que despierta el narco es resultado de una de las costumbres más arraigadas de la pequeña burguesía de este país sin ética, admirar el dinero venga de donde venga. En un país donde la pobreza es criminalizada el rico ostentoso es digno de respeto. Entre esta admiración irracional, límbica, ha crecido la leyenda de que existe un “narco arte” y que existe una influencia de la estética del narco en el arte. Es oportuno puntualizar esto. Las costumbres de vestir, hablar, gustos musicales y decorativos son folklor, no son arte. Que un grupo delictivo, especializado en asesinar y vivir en la impunidad cómplice del poder, adopte como todas las bandas, una parafernalia alrededor de ellos no significa que esto tenga ni el más mínimo rastro de acercarse al arte. Son signos que crean -como lo hacen todas las bandas- para identificarse y va de las paredes grafiteadas para separar territorios hasta la adoración que comparten en México por los Hummers los políticos en el poder, los empresarios y los narcotraficantes. La estética del narco, que es caracterizada por su desproporcionado lujo que no guarda equilibrios, es una de las razones por las que son admirados, porque para nuestra sociedad al final eso significa dinero y poder.
Si el narco es kitsch que resulta más kitsch aun ¿comprar una llanta decorada o un coche forrado con tortillas o hacerse una pistola incrustada con diamantes? ¿Es más ridículo colgar tapetes persas por toda la casa o colgar unos gobelinos con tickets del supermercado bordados? El narco es ridículo pero esa ridiculez es endémica en el arte contemporáneo y en la estética social, y comprar una costosa pieza de mal gusto no es terreno donde impere la ley del más fuerte, es terreno donde impera la ostentación del más pretencioso. Las pinturas y objetos de Damien Hirst que llegaron a México están aquí porque saben que no va a faltar un millonario o una directora de museo sin la más remota idea de que Hirst es considerado un artista altamente mediocre y sus piezas objetos de lujo para compradores sin cultura y van adquirirlas alardeando que están comprando arte.
Con esa falta de visión artística nos dejamos timar por el arte que se supone habla del tema del narco y lo incorpora a su lenguaje. Ante la degradante situación de nuestra sociedad, ante la vergonzosa imagen que tenemos en el mundo como un país de miles de asesinatos impunes y donde morir violentamente convierte a la víctima en criminal, el arte contemporáneo no denuncia, apologiza y ridiculiza los hechos. Las obras de Teresa Margolles, que funcionan como propaganda del narco, son increíbles farsas que existen solo porque la mayoría está dispuesta a creer, no a pensar. Unas bancas de concreto realizadas con “agua con la que lavaron el cadáver de una niña asesinada en Ciudad Juárez” además de la mentira flagrante -los cadáveres no reciben baños en tina, el agua circula por el piso, los lavan con mangueras, es imposible recolectarla, etc- o las obras que nos pusieron en ridículo en la Bienal de Venecia, explotan el amarillismo de un tema y hacen de una mentira el material del arte.
El arte es recreación, no farsa, si algo se supone testimonial no pueden inventar el origen de los materiales para despertar el morbo de las personas y hacerles creer que es arte porque alguien explota sus filias y las exhibe amparada por las instituciones. Con la misma impunidad que el narco delinque, estos artistas mienten y ese es su triunfo. Así como el narco explota el exhibicionismo y la crueldad de sus acciones para acrecentar su mito entre la población, para medir su fuerza con el Estado siempre vencido, estas obras se muestran descaradas ante la nula inteligencia de nuestras instituciones culturales. La denuncia de los delitos, la indignación de vivir en una sociedad sin control ni ley es tema del arte cuando la recreación está realizada en un afán testimonial y crítico como La Última Cena de Gustavo Monroy o los Paisajes de Lenin Márquez Salazar.
El arte no puede ser inmune a la violencia del narcotráfico, sin embargo lo que vemos es que participan de su propaganda, hacen de su lenguaje la obra misma y explotan la excitación del momento para pretender que realizan arte. Los tibores en hoja de oro de Eduardo Zarabia es reducir a chistorete una estética que con su ostentación dice “estoy aquí y no pueden conmigo” no es denuncia es oportunismo, es apología. Hacerse de estos símbolos es una salida fácil en la que el artista se sube al carro de la fama y de la propaganda del narco para pretender que es actual y crítico en su tema. El arte contemporáneo se ha quedado corto ante la podredumbre, lo que representan no se acerca ni de lejos a la gravedad de los hechos, porque también los ciega la admiración, porque finalmente para ellos la impunidad, el poder y el dinero son valores rescatables y la violencia o el mal gusto son la parte visible que también ellos han explotado para llamar la atención. Si la lucha contra el narco fue un movimiento político de legitimación, la explotación de su estética o sus crímenes se ha convertido en un proceso de legitimación de artistas sin valor.