Picasso, Suite 347, Rafael y Fornarina, 1968, Suite 347, Tres mosqueteros saludan a una mujer desnuda, 1968. Picasso, 1920
Con la pintura se permitió ser un genio, con el grabado se permitió ser un virtuoso. En el Metropolitan Museum y el MoMA de Nueva York coinciden dos exposiciones dedicadas a la obra gráfica de Picasso. En el caso de MET hay algunos óleos expuestos, y sin embargo lo más emocionante son sus grabados en metal y en linoleum. La obra de Picasso es su talento, su tema es el estilo Picasso. Lo que cohesiona el cuerpo de su obra es la capacidad del pintor español de extraer arte en estado puro de cada trabajo.
La curaduría del MoMA es un recorrido amoroso centrado en las mujeres que pasaron por la vida de Picasso, mujeres que se trastornaron y se transformaron a partir de relacionarse con este devorador de existencias, con este minotauro insaciable. Gran parte de la fascinación que despierta Picasso está en esa vitalidad que siempre demostró, en fundar su mito como un ser catártico que agotaba a quienes lo rodeaban. El sexo de Júpiter y el egoísmo de Narciso. “No vayas a visitarlo, dicen que al cabo de un rato te arranca la ropa, te arroja sobre sus lienzos y te viola, no te suelta hasta que se harta”. Esta advertencia más que ahuyentar a las admiradoras, las atraía en hordas.
El retrato de Fernande Olivier, amante de Picasso de 1903 a 1911 es una litografía en la que raspa la piedra para crear diferentes efectos de luz, es un retrato triste que nada tiene que ver con los de Dora Maar, que son felices, plenos, entregados. En la acuatinta Mujer con Tamboril Dora baila, toca un pequeño pandero y sonríe, Dora emerge desnuda de un fondo de tinta negra con líneas que definen el movimiento de los planos cubistas y las sombras. El grabado en punta seca del rostro de Olga, la bailarina que sin Picasso fue un deshecho penoso de un gran melodrama, es melancólica, disgustada, a punto de reprochar algo, el tratamiento del retrato es conservador y distante.
En el MET fueron mucho más lejos que en el MoMA, expusieron entre otras cosas, la Suite 347 completa. Esta serie de 347 grabados los realizó en el sur de Francia cuando viva ahí con Jacqueline, ella tenía 27 años y él 72. Se llevó a los impresores Aldo y Piero Crommerlynck para que se dedicaran a imprimir esta fastuosa colección. La obra más erótica de Picasso, basada en la Celestina de Fernando de Rojas y en la relación del pintor Rafael y Fornarina la amante que lo mató de agotamiento. Cuando terminó la serie fue expuesta en Paris en 1968 en la Galería Louise Leiris en salones cerrados por su alto contenido erótico y con previa advertencia al público, esta Suite no se pudo ver completa en España hasta 2003. Fascinado con la técnica del grabado en la que trabajó llegando a niveles nunca vistos, experimentando en todas las posibilidades de los diferentes procesos y estados de la placa, llevó la composición y el lenguaje del pequeño formato a lo más bello y depravado del erotismo.
En la Suite Vollard, ya mostraba el hedonismo de su vida, las mujeres que rodean al escultor y al minotauro son las mujeres de Picasso, que posaban desnudas y recibían al marchante Vollard que llegaba con prisas y una botella de champaña a recolectar los grabados de la serie mientras que Picasso semidesnudo dibujaba frenético y gozoso. En la Suite 347 el erotismo de Picasso se apodera de la intimidad de este pequeño formato y cada pieza es una intromisión a la humedad y calor de habitaciones de placer y promiscuidad.
Al ver los grabados y observar al público con sus audi-guías pegadas a los oídos me preguntaba que les podrían estar diciendo “en este grabado vemos como dos mujeres hacen el amor, mientras el cliente, un mosquetero elegantemente vestido se deleita mirando la orgía, una enorme verga destaca en el primer plano entre los cuerpos de las amantes”. Es un misterio.
Las celestinas llevan a los mosqueteros que entran a caballo dentro de las habitaciones donde estas doncellas están ofreciendo sus cuerpos, apenas cubiertos por un mantón y tocadas con peinetas de concha. Los grabados a veces son punta seca, otras son acuatintas algunas con barnices al azúcar. La narración va en ascenso de intensidad, un espadachín se arrodilla ante el coño de una mujer, Rafael ama a Fornarina con su paleta de colores en la mano y los senos de ella en la cara.
Mientras que en la pintura nunca alcanza este nivel de erotismo, Picasso hace del formato y de la técnica del grabado un lazo hasta lo más personal de su fantasía, de las imágenes que inventaron parte de su propio mito, del personaje que él creó.
Publicado en Laberinto de Milenio Diario, el sábado 8 de mayo del 2010.