lunes, 15 de febrero de 2010

EL MUSEO CONTEMPORÁNEO




Museo Guggenheim, Museo Reina Sofía, Museo Tamayo.
Los museos son los sepulcros familiares de las obras de arte. Adorno.
La obra de arte crea el contexto. Una colección de pinturas hace un museo, una estatua define una plaza. El museo al albergar obras nos dice que esos objetos tienen características extraordinarias y que por su valor estético, su aportación cultural e histórica deben de estar resguardados y ordenados para ser conservados y exhibidos a la sociedad. El museo hace que el arte sea comunitario y que el conocimiento esté al alcance de las personas. Con este marco referencial asumimos que el museo es para algo extraordinario y eso es lo que depredan las obras de arte contemporáneo. Mientras los museos del arte verdadero crean su acervo con obras que aún fuera de sus muros son arte, el arte contemporáneo requiere de esos muros, de esa institución, de ese contexto para poder existir a los ojos del público como arte. No demuestran características extraordinarias y necesitan que sea el contexto el que se las designe. Al tomar cosas de la vida diaria, como objetos encontrados, instalaciones con muebles de oficina, instalaciones sonoras con ruidos de la calle, el museo crea la atmósfera para que objetos que repiten la cotidianeidad se conviertan en diferentes. Ante la imposibilidad de ser algo más, de aportarle a la realidad lo que no tiene, el contexto les da la diferencia que el artista no consigue. Está en un museo, luego, es algo con valor.
El contexto tiene capacidad transformadora de objetos: Un anuncio espectacular está en la calle, es publicidad, si el mismo anuncio un artista se lo apropia y lo expone un museo, es arte. Una condición fundamental para que dé el salto al status de arte es que cambie de contexto, que entre a un museo o galería. La invención del contexto es para darle a estas piezas y objetos una posición artificial de arte que fuera del recinto o el área de exhibición no tienen. Adorno así como Malévich desdeñaron al gran museo como el Louvre, lo llamaron cementerio, vaticinaban su destrucción, no imaginaron que lo que estaban prediciendo era el destino del museo de arte contemporáneo. Son cementerios porque el arte que exhiben está muerto, porque es normal verlos vacíos, como en los entierros, la gente va el primer día de la exhibición y después nadie se aparece. Su acervo es de obras efímeras y olvidables. El museo tiene dos vertientes, el que expone lo que pertenece al pasado y el que muestra lo que se crea ahora. Ese ahora se supone que no debería parecerse a nada del pasado, pero los museos contemporáneos niegan esta situación y en complicidad con el curador y puestos al servicio de las galerías, no se enteran de que las obras que exhiben, una tras otra, son repeticiones de las obras que han expuesto desde que se llamaron modernos y más adelante contemporáneos. Los espectadores tenemos casi un siglo viendo lo mismo, nos han llevado al agotamiento estético, al aburrimiento.
Por algo Duchamp dejó de hacer ready-made, sabía que el público se cansaría rápidamente, lo que no sabía es que los artistas no se cansan de copiar sin crear. La moda tiene una sola obligación, cambiar, y este arte que es moda se aferra estático, inamovible en sus formas y propuestas, y lo percibimos como acabado. Las exhibiciones se recorren en minutos, no hay un objeto que retenga al espectador. Han cambiado la cultura de la contemplación por la cultura del espectáculo. No es importante que el público vea la obra, lo importante es que el artista entró al museo como quien entra a un escenario. Ese contexto, esa relación que establece con el espacio y con otras obras no sorprende al público y no lo convence. La invención que habla de la necesidad de “crear públicos” es la urgencia de imponer de forma artificial y dogmática la obligación en la gente de que si la obra no atrae no es responsabilidad del artista, ni del museo, ni de la galería que lo sobre valúa, es error del público que no entiende, que no sabe. Y esta imposición tiene la sola función de negarnos el acceso a la belleza, la inteligencia y la libertad de disentir. Para el público es evidente que el museo no es un contexto lo suficientemente convincente para que podamos ver como arte algo que no lo es.
Publicado en Laberinto de Milenio Diario el sábado 13 de febrero del 2010.