




Zapata, Guadalupe Posada. Ítaca, Julio Belmont, Sin título, Rubén Espino, La Brava del Barrio y Cría Cuervos, de JoseMa Martínez.
En el arte hay una misión silenciosa que establece el artista consigo mismo, y responde a un compromiso con su obra, su talento y la responsabilidad de que evolucione y encuentre caminos que lo lleven a la expresión total de sus ideas. Esto nada tiene que ver ni con el mercado, ni las modas, es un asunto privado. Si tiene repercusiones impactando en el público es una consecuencia no buscada, es simplemente un accidente. Eso se refleja en un trabajo autentico, meditado, maduro. No es un asunto de hoy, es desde que la creación se volvió parte de los símbolos de la cultura. Este asunto nos incumbe en dos vertientes.
Jaled Muyaes fue un escultor, divulgador de la cultura y gran coleccionista, apasionado del significado de cada rito indígena y sus consecuencias en la cotidianeidad de la sociedad. Coleccionó miles de máscaras de bailes de todo el país creando con esto un mapa de la superstición, idiosincrasia y mezclas religiosas que vivimos como parte de un lenguaje comunitario. En su obra escultórica, creó ensambles de objetos metálicos que sorprendían con una estética vertical a veces vegetal y otras totémicas. Fundía en su taller palas, cucharas de albañilería, anafres y hacía de estas uniones piezas en las que el objeto ya no era reconocible para ser una escultura indivisible. Jaled trabajó y creó al margen de la moda o la imposición estética, fue un avanzado en el ensamble y todo con un compromiso interno con el arte. Como investigador y divulgador reunió en 1960 una importante colección de grabados de Guadalupe Posada, desde sus estampas cotidianas hasta sus imágenes revolucionarias que son el testimonio más fiel, y el juicio más acertado que tenemos de los movimientos sociales de la época. Estos grabados los reprodujo en el libro La Revolución Mexicana vista por Guadalupe Posada, que a los 100 años de la Revolución vuelven a reimprimir sus hijas, las artistas Karima y Kena Muyaes.
La visión de Posada del México de la guerra social no ha cambiado gran cosa, la diferencia es que ahora los artistas contemporáneos llaman arte con preocupación social a poner un pedazo de taxi en un museo. Y en su época Posada grababa placas de cobre o madera en su taller sin descanso, aportando su estilo para que su testimonio superara a la nota de prensa, para ser un testigo que grita lo que ve y lo que siente. Gracias a su trabajo tenemos el retrato de la Revolución y su gente, la imagen de los que la hicieron con una veracidad imitada de los grabados que ilustraron a la Revolución Francesa. Esta obra es la respuesta al movimiento que se vivía, Posada al mismo tiempo que la sociedad estallaba creó un género totalmente innovador y contestatario, en el que el trazo violento, detallado y mordaz reflejó la brutalidad, la fiereza o la indiferencia de un sistema que se deshacía a pedazos. Sabemos el nivel de pobreza y dolor a través de estos grabados, así como el egoísmo de los “catrines”, y lo que los pone en un plano documental y artístico es que no es literatura idealizante ni periodismo inmediato, es arte, porque crea un puente de comunicación que supera el tiempo e impone una estética irremplazable. La osadía del artista frente al tema y la propuesta estética lo arrojó más allá del momento histórico y es lo que hace de estos grabados piezas indispensables.
En una decisión visionaria, Jaled los reunió y hoy que estamos en celebraciones sin coherencia, este libro es una pieza que supera al aniversario para recordarnos que podemos tener estas estampas artísticas con nosotros.
La otra vertiente contemporánea son Los Hijos del Maíz. Aquí creen en el arte. Son jóvenes galeristas que reunieron a un grupo de pintores también jóvenes y talentosos. La galería se ubica en un penthouse de Patriotismo 12 esquina Benjamín Franklin, en la Condesa. Es relevante porque ahora los artistas emergentes tocan cornetas de plástico en la bienal de Mercosur y empapelan paredes con basura y le llaman arte y lo paga el Estado. Esta es obra independiente y es obra de gran calidad.
JoseMa Martínez, es tremendista, lleva el dolor humano y la detestable fragilidad de nuestra condición a óleos hiperrealistas con colores casi naifs. Este contraste, en el que el color nos habla de inocencia choca con el tema, una niña golpeada que nos enfrenta con guantes de box, son retratos que se aventuran a vaciarse en el alma humana. Un dibujo a lápiz de una joven que amamanta a un bebe con una pistola en el pantalón, Cría Cuervos y serán sicarios, es un respuesta al callejón siniestro que es nuestra sociedad. Está la obra de Flavio Díaz, su composición es sorpresiva, el color enfrenta al espectador con la imagen, son retratos modernos y que destrozan la pose y el plano para hacer de la pintura un evento único. Rojos, grises y blancos. Itaka de Julio Belmont, escenas místicas, fantásticas. Rodrigo Cruz con un semidesnudo femenino, una mujer reposa sobre un dibujo, trazos, cubierta por una tela, sin mostrar su rostro, emocionante, impecable. Rodrigo Cifuentes con un cráneo. Rodrigo Cruz, pies renacentistas. Rubén Espino, pescados sangrantes, naturaleza muerta limpia, casi quirúrgica y conmovedora por su belleza y un cadáver, o una lobotomía recién practicada. Marco Zamudio, un retrato. Barrón con un retrato en rojos. Yoel Díaz, grises para un cuerpo preso. Ricardo Solís, disecciona un paquidermo y lo encuadra en aspectos.
La obra que se expone corre riesgos, no es complaciente, los artistas buscan belleza, emociones y calidad. Aquí se rompe el lugar común de que el arte de jóvenes es intrascendental y banal, basado en el chistorete, la decoración y la inmediatez. Esta es obra que permanece, es intemporal, está realizada con talento y con valor de sacar a la luz el deseo incontrolable de crear arte, retando al status. Los galeristas Josué Gonzales Romero, Josema Martínez y Raúl Méndez conformaron una colección que por su gran calidad no podrán ver en un museo. Para verla acuda a su espacio o entre a http://galeriahijosdelmaiz.wordpress.com/