

Obra de Maurizio Cattelan, sin título. Maurizio Cattelan en la portada de Modern Painters.
Jeff Koons, Bread with Egg, (a political statement)
Una de las vertientes más explotadas del discurso del arte contemporáneo es la “ironía”. Cambiaron el sentido lúdico del arte, que es la experimentación y la evolución, por la repetición sistemática –todas las obras son hijas de ese Adán que es el urinario de Duchamp- y crearon la ironía. A falta de compromiso serio, pues el chiste, que es impacto fácil. Para qué una protesta comprometida si pueden ser simpáticos, para qué enfrentarse y confrontar al patrocinador y a las instituciones, cuando se tiene vocación de cortesanos. Los artistas contemporáneos han sustituido la antigua presencia del bufón con sus creaciones y ocurrencias, se muestran públicamente como inventores de chistes que arrancan risas para infiltrar reflexiones siempre ligeras, sin riesgo, con la servil intención de agradar. No hay necesidad de adentrarse en las oscuridades de la naturaleza humana si navegando en la superficialidad se consiguen exposiciones, becas y patrocinios. Estamos viviendo una época cargada de desilusión y vacío, y para encubrir su falta de análisis o su incapacidad de encarar la realidad, la devalúan, la relajan y crean obras “divertidas”.
La realidad golpea a la sociedad y a sus individuos constantemente, llegando al grado de deshumanizarlos, la ironía no es un acto de rebeldía, es un acto de evasión y de banalización de los grandes conflictos que vivimos y de nuestras necesidades. En sus ironías plantean problemas irrelevantes que se resuelven con un chiste y por eso las obras siempre parecen terapia psicológica o una perpetua escuela secundaria. Porque la risa es evasora, la ocurrencia distrae, la ridiculez demerita sin cuestionar. Eso otorga al creador una posición cómoda, sin peligro. Si el problema es la “opresión femenina”, la ironía son unos trapos de cocina amarrados a unos enseres domésticos, si el tema es el imperialismo, la ironía son unas orejas de Mickey Mouse, lugares comunes con salidas previsibles.
Es contradictorio que una expresión artística que hace alarde de sus intenciones sociales, humanísticas, etcétera., las aborde con el mayor grado de levedad posible, creando simulacros de la realidad, planteando obras sin consecuencias ni objetivos. Además imponen una reflexión que exige ver la obra con la seriedad que antes negaron, cuando la obra se planteó desde el inicio como una broma. El artista utiliza la ironía ante la contundencia de la realidad de una forma anárquica, en donde es irrelevante que la materialidad de la obra coincida con el mensaje, la explicación se acomoda a cualquier chistorete. Entonces el artista filosofa con nivel de programa cómico serie B de la televisión y nos da sus ideas con chistes materializados, y se supone que esto motiva a la “reflexión”. Por si no fuera suficiente la obviedad de las ideas irónicas, el curador anexa un texto “explicando” el chiste. Esta glorificación del ridículo, que antes era exclusiva del cine de pastelazo sin guión, es ahora el soporte teórico y estético de miles y miles de obras.
En el gran arte, el que se hace con trabajo real y talento, la falta de calidad es motivo de burla, en el arte contemporáneo esa falta de calidad se llama ironía y es motivo de admiración. Explotar al chiste es el camino para no enfrentar que esas exhibiciones en los museos son profundamente monótonas, indiferentes y aburridas, y con la comicidad pretenden atrapar al espectador, atraerlo hacia algo que no despierta admiración, curiosidad o emoción. Esta tramposa utilización de la ironía se convierte en un suicidio para la obra, porque nadie quiere que le repitan un chiste, una vez que la ocurrencia hace acto de presencia esta se anula, exige una nueva y sin embargo la obra tiene la intención de trascender y permanecer en el museo. Al conocer el chiste y sabernos el truco, lo que queda es un despojo triste de la obra.
Esta obsesión de reírse de lo que nos preocupa es parte de la necesidad de ser diferentes, lo que logran es que mientras el repertorio de diferencias se agota, las obras van perdiendo importancia, peso y vínculos con el espectador que no se involucra, al ver que lo que le atañe es para el artista motivo de burla, que su realidad para el arte solo alcanza el nivel del ridículo.
Publicado en Laberinto de Milenio Diario, el sábado 25 de septiembre del 2010.