sábado, 25 de septiembre de 2010

LA IRONÍA




Obra de Maurizio Cattelan, sin título. Maurizio Cattelan en la portada de Modern Painters.

Jeff Koons, Bread with Egg, (a political statement)

Una de las vertientes más explotadas del discurso del arte contemporáneo es la “ironía”. Cambiaron el sentido lúdico del arte, que es la experimentación y la evolución, por la repetición sistemática –todas las obras son hijas de ese Adán que es el urinario de Duchamp- y crearon la ironía. A falta de compromiso serio, pues el chiste, que es impacto fácil. Para qué una protesta comprometida si pueden ser simpáticos, para qué enfrentarse y confrontar al patrocinador y a las instituciones, cuando se tiene vocación de cortesanos. Los artistas contemporáneos han sustituido la antigua presencia del bufón con sus creaciones y ocurrencias, se muestran públicamente como inventores de chistes que arrancan risas para infiltrar reflexiones siempre ligeras, sin riesgo, con la servil intención de agradar. No hay necesidad de adentrarse en las oscuridades de la naturaleza humana si navegando en la superficialidad se consiguen exposiciones, becas y patrocinios. Estamos viviendo una época cargada de desilusión y vacío, y para encubrir su falta de análisis o su incapacidad de encarar la realidad, la devalúan, la relajan y crean obras “divertidas”.

La realidad golpea a la sociedad y a sus individuos constantemente, llegando al grado de deshumanizarlos, la ironía no es un acto de rebeldía, es un acto de evasión y de banalización de los grandes conflictos que vivimos y de nuestras necesidades. En sus ironías plantean problemas irrelevantes que se resuelven con un chiste y por eso las obras siempre parecen terapia psicológica o una perpetua escuela secundaria. Porque la risa es evasora, la ocurrencia distrae, la ridiculez demerita sin cuestionar. Eso otorga al creador una posición cómoda, sin peligro. Si el problema es la “opresión femenina”, la ironía son unos trapos de cocina amarrados a unos enseres domésticos, si el tema es el imperialismo, la ironía son unas orejas de Mickey Mouse, lugares comunes con salidas previsibles.

Es contradictorio que una expresión artística que hace alarde de sus intenciones sociales, humanísticas, etcétera., las aborde con el mayor grado de levedad posible, creando simulacros de la realidad, planteando obras sin consecuencias ni objetivos. Además imponen una reflexión que exige ver la obra con la seriedad que antes negaron, cuando la obra se planteó desde el inicio como una broma. El artista utiliza la ironía ante la contundencia de la realidad de una forma anárquica, en donde es irrelevante que la materialidad de la obra coincida con el mensaje, la explicación se acomoda a cualquier chistorete. Entonces el artista filosofa con nivel de programa cómico serie B de la televisión y nos da sus ideas con chistes materializados, y se supone que esto motiva a la “reflexión”. Por si no fuera suficiente la obviedad de las ideas irónicas, el curador anexa un texto “explicando” el chiste. Esta glorificación del ridículo, que antes era exclusiva del cine de pastelazo sin guión, es ahora el soporte teórico y estético de miles y miles de obras.

En el gran arte, el que se hace con trabajo real y talento, la falta de calidad es motivo de burla, en el arte contemporáneo esa falta de calidad se llama ironía y es motivo de admiración. Explotar al chiste es el camino para no enfrentar que esas exhibiciones en los museos son profundamente monótonas, indiferentes y aburridas, y con la comicidad pretenden atrapar al espectador, atraerlo hacia algo que no despierta admiración, curiosidad o emoción. Esta tramposa utilización de la ironía se convierte en un suicidio para la obra, porque nadie quiere que le repitan un chiste, una vez que la ocurrencia hace acto de presencia esta se anula, exige una nueva y sin embargo la obra tiene la intención de trascender y permanecer en el museo. Al conocer el chiste y sabernos el truco, lo que queda es un despojo triste de la obra.

Esta obsesión de reírse de lo que nos preocupa es parte de la necesidad de ser diferentes, lo que logran es que mientras el repertorio de diferencias se agota, las obras van perdiendo importancia, peso y vínculos con el espectador que no se involucra, al ver que lo que le atañe es para el artista motivo de burla, que su realidad para el arte solo alcanza el nivel del ridículo.

Publicado en Laberinto de Milenio Diario, el sábado 25 de septiembre del 2010.

domingo, 12 de septiembre de 2010

BICENTENARIO KITSCH


EKO, Suave Patria, mixografía.
El nacionalismo es el reino de lo kitsch. Ahí florecen, sin ningún límite ni pudor, el despilfarro, el mal gusto, la evasión y el oportunismo. Después de la tradición histórica de burlarse de las fiestas de 15 años como el pináculo de la ridiculez, llegan estas fiestas patrias del Bicentenario para ocupar su lugar con su despropósito y dilapidación. Y al margen del uso político que están dando a este circo, de la manipulación de la historia y de la histérica rapiña con la que escritores e intelectuales han sacado tajada de estas celebraciones escribiendo libros de ficción o revisionistas sobre ellas, al margen de todo esto, es increíble que la fiesta aún no comienza y no deja de anunciarse su fracaso.
Y es que no es para menos.
Para empezar, el monumento conmemorativo es un arco que no es un arco, y para justificar que los organizadores del certamen desconocen la diferencia entre una línea recta y una curva, le cambian el nombre. Sin respeto por el equilibrio de peso y espacio, está ubicado en un sitio saturado visualmente y carece de aportaciones estéticas originales. El primer error fue dárselo a un bufete de arquitectos y no a un escultor. Pero como los artistas apadrinados por este sexenio creen que la escultura es una pila de basura y habrían colocado una torre de baños portátiles como monumento, es evidente que los organizadores no podían echar mano de los “talentos” consentidos de Conaculta. Los diseñadores de esta doble pared, en un acto de banal arribismo, lo planearon para ser construido con materiales importados: acero de Finlandia, cuarzo de Brasil que se lamina en Italia, etcétera, incrementado los costos. A esto se suma que, a última hora, los constructores triplicaron el presupuesto para además no tener el monumento listo a tiempo, dejando sin sentido su objetivo conmemorativo.
En lo que era Palacio Nacional, hoy convertido en galería, organizan una exposición de antigüedades de dudosa originalidad compradas en la Zona Rosa, que tampoco va a estar lista para los festejos, con un gasto de 140 millones de pesos. Esta mega colección de memorabilia, tiene como único fin ser el marco de la supersticiosa ceremonia de exhibir los restos de los héroes que se encontraban en la Columna de la Independencia. El ritual de atraerse el poder de los muertos sacando sus huesos de la tumba, sigue la moda impuesta en América Latina por Hugo Chávez, quien exhumó los restos de Simón Bolívar, y que siguen los santeros venezolanos que violan tumbas de personas relevantes o talentosas para hacer amuletos que cuidan a delincuentes y narcotraficantes.
El asunto es que el nacionalismo y el fascismo no guardan distancia estética. Para la propaganda nada es demasiado porque se desarrolla en la inmediatez, busca un impacto momentáneo y se desenvuelve en la visceralidad de las emociones. Es por eso que los despojos que están dejando estas celebraciones son vergonzosos.
Encargan el desfile y los festejos a empresas de eventos que hacen lanzamientos de coches y de productos de limpieza, el resultado: paseo de carros alegóricos con extras disfrazados de nopales que recitan Suave Patria, coreografías aéreas que no es más que rappel sobre un muro en donde el tema es la “unidad de los mexicanos” y otras intenciones de marketing que hacen abstracción del motivo que se celebra.
Pareciera que la propaganda política que nos impusieron con el futbol no fue suficiente y, con voluntario ánimo depredador, se suman a título personal películas con escenografía de pueblito vaquero, obras de teatro con crinolinas anacrónicas, pelucas y bigotes postizos, estopines, rifles de plástico. ¿Qué va a quedar de estas celebraciones que podamos conservar? Nada. Miles de comerciales de televisión, series históricas, programas de sillón y gente discutiendo un pasado que se diluye ante un presente fracasado. Estas celebraciones, además de su monumental mal gusto, son la demostración de que sus organizadores no fueron capaces ni de hacer una fiesta, y lo más grave, que sin conocer el lenguaje real de la propaganda no pueden comunicar, emocionar ni involucrar a la población. Su única ventaja es que las próximas serán en 100 años, y tal vez sobre las cenizas de este país.
Publicado en Laberinto de Milenio Diario, el sábado 11 de septiembre.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

ANALIZANDO EL ARTE



El National Research Council de Canadá en asociación con El Centro de Restauración de Museos de Francia analizó con un scanner de color en 3D a la Mona Lisa. La obsesión que provoca 500 años después de pintada, la obra de Leonardo ha motivado estudios científicos, recreaciones literarias, investigaciones históricas además de inspirar leyendas y estudios psiquiátricos del personaje que posa impenetrable y sonriente. Este escaneo se llevó a cabo con la intención de conocer la técnica con la que Leonardo realizó el sfumato que le da un ambiente de misterio y hace inasible la atmosfera de la obra. El sfumato se logra con la aplicación de cientos de capas delicadas de pintura, una sobre otra, difuminando los bordes, como si fueran de vapor o humo. Esta técnica ha sido imitada y estudiada por muchos artistas, pero la perfección que alcanzó Leonardo es lo que intriga a estos investigadores científicos. La conclusión solo acrecentó el misterio: no hay truco, es únicamente la maestría del artista, su sensibilidad, su mano.

Esto me lleva a pensar, si lo que ahora tenemos como arte contemporáneo va motivar investigaciones tan profundas. ¿Usted cree que van a crear un scanner más eficiente para ver las micro fibras de unas esculturas con mierda de elefante, o para ver que hay detrás de una instalación de ropa sucia de falsos guerrilleros? O tal vez ¿escribirán leyendas y novelas de millones de ejemplares que centran la historia en el misterio de una caja de cartón vacía? ¿Será posible qué los científicos estudien la construcción molecular del material con el que se realizó una instalación de tickets del supermercado? ¿Qué equipo científico va a investigar si la instalación de envases de pet vacíos es de refresco de cola o de sabores? Las obras que son de “materiales encontrados” -que es el eufemismo para llamar a la basura- ¿motivaran a la ciencia y a la literatura siglos después como lo ha hecho la obra de Leonardo y tantas obras del gran arte? ¿Usted se imagina que así como han buscado la fórmula del barniz marrón de Leonardo van a buscar el origen de una instalación con una patineta rota amarrada a una piedra? ¿Cree que la ciencia va a invertir sus recursos en estudiar la pintura de aceite que aplicaron a unos rines? ¿Profundizarán en el impacto que pinchó una colección de pelotas rotas?

Ese es un buen parámetro para pensar en lo que se ve y se adquiere, si usted percibe que esa obra dentro de 200 años no va a tener razón de ser en el museo o en la galería, ni la compre ni la admire. Lo que sí creo que van a inspirar estas obras dentro de años son estudios sociológicos y psiquiátricos que desentrañen por qué el arte contemporáneo desdeñó al talento y la belleza, por qué tuvimos una sociedad acrítica que no fue capaz de decir en voz alta que esas manifestaciones, además de ser una estafa, ofendían a la inteligencia. Una vez analizado el fenómeno valdría la pena que lo olvidaran y buscarán de nuevo la creación y el arte que nos emociona y que trasforma nuestra visión de la realidad. Esto nos dice cómo el arte ha perdido el lugar que tenía al lado de la ciencia como uno de los pilares del pensamiento, para convertirse en una manifestación de la ocurrencia fácil y la estulticia.

Publicado en El Semanario.