sábado, 4 de julio de 2009

LA TRAGEDIA DE LA CARNE


La incredulidad de Tomás, del Caravaggio.
Hombre desnudo con rata, Lucian Freud.

El héroe trágico desafía a dios y a su destino, es el personaje que tiene la furia de Jerjes y azota con sus cadenas al mar, que insensible le responde con su violento oleaje. La tragedia nos otorga la dimensión exacta de lo que somos, seres mortales que no conocerán más vida que el presente.
El arte tiene el papel del Coro que grita con mil voces estas revelaciones, es el sabio que conoce lo más profundo de nuestra esencia porque ha vivido desde el inicio de los tiempos. Su presencia está en toda la historia y le habla al héroe con golpes certeros y crueles. De nada sirve negarlos, poco ayuda desatar como Edipo nuestra violencia, el Coro seguirá su canto y asesinarlo le da vida a otro. En este Coro existen dos artistas que describen nuestra naturaleza desde el poder de la carne, que hablan implacables de la fuerza de la sangre: Caravaggio y Lucian Freud. En ellos el cuerpo, su textura, el peso de los músculos, las formas que cubren la metafísica de las leyendas religiosas, no es más que un vehículo de pasión y muerte.
Los jóvenes del Caravaggio, desnudos como los encontraba en las calles, posan con el descaro de quien sabe que su cuerpo es motivo de placer y forma de vida, indolentes, con deliberada disposición se ofrecen a quien paga. ¿Para qué es el presente? Para meter los dedos en la herida, con saña, como quien los mete en un culo o en un coño, penetrarlos para comprobar el dolor, para satisfacer el morbo de conocer un milagro. En la Incredulidad de Tomás el Caravaggio nos dice solo somos carne, somos sangre, no hay más y quien lo niegue que meta los dedos en sus heridas y lo compruebe. Tomás no se conforma con ver su dedo adentro, inclina su cuerpo y trata de mirar qué hay en el fondo, mientras un Cristo exhibicionista, entregado, como esos jóvenes que tanto amó el pintor, le empuja la mano, para que penetre aun más, para que llegue al fondo. La piel tersa del Cristo apenas cubierta por una manta, deja parte de sus piernas descubiertas, semidesnudo. La luz del cuadro con el reflejo de la manta blanca se posa en la herida y en los dedos de Tomás con sangre, mientras que en la penumbra, voyeristas, dos hombres miran esta violación.
Somos carne por la que pasa el tiempo, en la que se dibujan los excesos. Es la descripción de un trayecto. Edipo le dice a Tiresias, “Tu que todo lo penetras, lo decible y lo indecible, los arcanos del cielo y los secretos de la Tierra.” Tiresias es la obra, es la pintura que nos revela nuestra realidad sin conocernos, no necesita vernos, basta nuestro asombro.
La carne de los desnudos de Freud comparte esa humanidad sin escapatoria del Caravaggio. Freud pintó a sus amigos, su familia y gente de la calle, pero reflejó en ellos la miseria de la post guerra, de los puentes de Londres; son seres denuncian que ya no existe el idealismo. Sus desnudos están entregados a la exhibición de nuestra condición, un hombre mira absorto el techo con las piernas abiertas, su verga reposa entre su vello rojo, sin pensar en que lo miran, tiene la boca entre abierta, la concentración fija, anestesiada, y en la mano sostiene una rata negra, un ser que es como él, sin destino. Freud nos da la textura pálida de una piel que no conoce el sol, piel de una isla del Atlántico. La debilidad de sus modelos, el hambre, la miseria, describen la suave disposición de quien nada tiene. Son como los niños y jóvenes que el Caravaggio conocía en la taberna y en la cárcel, ladrones, cómplices y personajes de sus historias. En una pintura se convertían en santos, héroes y ángeles. Son Baco, El Amor Vencedor, Baco Enfermo, sonríen con la mirada cansada, con frutas que se marchitan a la misma velocidad que ellos, jóvenes que dormían con obispos, príncipes y artistas.
Poco podemos con nuestra condición efímera, la inmortalidad la tiene le arte. La decisión de vivir para los excesos como camino al exterminio tuvo en los modelos del Caravaggio y los personajes de Freud el acierto de hacerlos eternos, como nunca podremos serlo; esa es nuestra tragedia. Su obra es la denuncia más grande de lo que somos, pies sucios, uñas que crecen, ojos vidriosos, cuerpos que no temen ser mirados como son, porque el placer es perversión, no perfección.

Publicado en Laberinto de Milenio Diario el, sábado 4 de Julio de 2009.