domingo, 27 de septiembre de 2009

EL AUTORRETRATO



Foujita, autorretrato.
Durero, autorretrato desnudo.
Egon Schiele, autorretrato masturbándose.

El autorretrato, entre la desolación, la vanidad y la histeria. Lo que vemos es un espejo que dejó de ser efímero para volverse perpetuo, imborrable. El artista pretencioso tiene la intención de trascender con una imagen que seduzca al espectador. Ese es el caso de Courbet, que se disfraza como un actor que representa un papel, toma un instrumento musical y con su hermoso rostro está dispuesto a que lo amemos. El David odiaba su cara contrahecha por una herida infectada en la mejilla, resultado de una pelea con sable. Un absceso mal curado deformó a un hombre que pudo haber sido bello. Esto lo pintaba con pudoroso disimulo, el lado desfigurado está sombreado, y dirige nuestra atención a sus ojos furiosos, vemos los labios un poco fruncidos, forzándose a cerrarlos, y sus pinceles en la mano.

Velázquez en su obra portentosa Las Meninas, se introduce al cuadro mirando de frente, tiene el gran espejo justo delante de él, y no ve a sus modelos, no observa a la infanta y sus damas, ni a los reyes que al fondo presencian vigilantes la escena. Velázquez se ve a sí mismo, esa composición geométrica, esa disposición matemática es para enmarcar uno de los autorretratos más prodigiosos de la historia. Aquí lo más grande es el artista. La obra pasó a la posteridad recordándonos que lo único que sobrevive al poder y a la condición humana, es el arte.

Los que se describieron sin pudor, que hicieron de sus imágenes una biografía pornográfica fueron Egon Schiele con su Autorretrato Masturbándose y Durero con su desnudo a lápiz y tinta negra, el retrato de los genitales de un genio. El Caravaggio en su afán escandaloso dejó un diario gráfico de sus convulsionadas pasiones, en medio del riesgo, los excesos y el arte. Era el modelo que sufre las atrocidades de la anécdota. Está decapitado o a punto de ser atravesado por un cuchillo, semidesnudo, víctima de sus coleccionistas, sus amantes y su ímpetu que no se dominó con talento o trabajo, para eso era la celda en donde lo arrojaban.

El expresionismo alemán dejó una obra que es el anuncio y la descripción de una época, el autorretrato de Otto Dix como Soldado. Un rostro rojo sangre ennegrecido, con los ojos casi en blanco que miran cuidándose la espalda, presintiendo la guerra que está llegando. Max Beckmann se pinta, pintando, y mira atrás, a un espejo que refleja su espalda, así que gira y con curiosidad violenta ve cómo ha cambiado su rostro, lo observa como a un extraño y lo pinta con la boca semi abierta, le ordena a ese ser que retrata, “espera a que termine, detén esta transformación por una hora”.

El terapeuta dice ¿Quién eres? El filósofo dice ¿Quién soy? Y al pintor le basta mirarse y copiarse, recordar sus líneas, el color de sus ojos y retar a su talento. Esa prueba colosal que es dar forma al propio ser, es un laberinto intelectual misterioso. Asusta la idea de entrar en él sin consecuencias y paraliza la posibilidad lúcida de abandonarlo, negar la vida para no tener una biografía. Frida Kahlo explotó su ansia de existir hasta lo más intimo de las entrañas, con sus cuadros indiscretos supimos todo de ella, su esterilidad, su dolor, la descripción morbosa de cada uno de sus males y la saña de verse sufriente y sin placeres. Foujita se exhibió elegante en un retrato de líneas limpias, con su gato y la cabeza inclinada, suave, envuelto en una de las camisas de seda que él mismo se confeccionaba. Cuando todo era borroso impresionismo, él hacia trazos caligráficos, serenos.

La escultura de sangre de Marc Quinn. Extrae con cuidado depredador onzas de su propia sangre, la congela y ha reproducido su cabeza. Este retrato suicida, que lleva a la inmortalidad con el pago previo de morir, es un memorándum escalofriante de lo que somos. En las obras de gran formato de Chuck Close, crea su rostro a partir de cuadros de colores, de cerca es un mosaico de formas inestables, para verlo exige distancia, obliga a separase de él, y de lejos es un ser concreto que nos enfrenta con una mirada ligeramente levantada y la sonrisa irónica. El artista debe saber ver con crueldad, sin piedad, porque sólo las descripciones más feroces sobreviven, a los superficiales no es necesario recordarlos.

Publicado en Laberinto de Milenio Diario, el sábado 26 de septiembre de 2009.

sábado, 12 de septiembre de 2009

FARSA EN VENECIA




Narcotraficante muerto en un enfrentamiento con el ejército.
¿De qué otra cosa podríamos hablar? de Teresa Margolles.


A falta de talento, amarillismo. La obra expuesta en la Bienal de Venecia en representación del arte mexicano, ¿De qué otra cosa podríamos hablar? dice su autora Teresa Margolles, que está realizada con sangre de personas asesinadas por narcotraficantes y en enfrentamientos con el Ejército o la Policía. Son telas supuestamente manchadas de sangre y fluidos. Con esta sangre trapean el piso del recinto de la exposición.

Por increíble que esto suene, a las instituciones de cultura del Estado les pareció de lo más lógico y natural que alguien fuera omnipresente en todas las escenas del crimen en los estados dominados por el narco, y con trapos y cubetas se llevara restos humanos como si nada y además hiciera con esto una “obra”. Así que pagaron una fortuna porque se mostrara en una de las bienales de arte más importantes del mundo. Es sorprendente que las instituciones culturales del Estado, el comité seleccionador y la crítica -que lo aplaude frenética como una obra de denuncia-, no hayan analizado que si en verdad la obra está realizada con los materiales que la artista afirma, su obtención es un acto de corrupción que se suma a estos horribles crímenes en nombre del pseudo arte.

Según el artículo 123 del Código de Procedimientos Penales, la Policía y el Ministerio Público deben preservar la escena del crimen: realizar el aseguramiento del lugar, ubicar y fijar indicios como la sangre, y una vez hecho lo anterior, embalar las evidencia para llevarlas al MP. Luego la escena es preservada y a ninguna persona se le permite acercarse, a veces, por días. La artista dice que la obra está hecha de fluidos, tal vez la “experta” artista no sabe que la sangre es un tejido, no un fluido y que el hecho de que se encuentre en el suelo no la hace dueña de los tejidos de nadie, ni siquiera de un cadáver. La sangre es propiedad de la persona de la que emana, y el que quiera hacer uso de ella, deberá de acatar lo que dispone el artículo 100 de la Ley General de Salud, de lo contrario la toma es ilegal. Por otra parte, el apropiarse de esos tejidos sin la autorización de la persona contraviene lo dispuesto por los artículos 313 y siguientes de la ley. Así, sólo se puede obtener de un donante que previamente haya dado su consentimiento para que sea tomada, y debe ser por escrito, según se desprende de los artículos 320 y siguientes de la citada Ley de Salud. Si el crimen fue en un interior, la escena queda clausurada hasta que la investigación se resuelva, y por supuesto no puede entrar ningún artista a llevarse sangre o fluidos, por más que su curador lo exija. Además sustraerla para exhibirla, contraviene la cultura de Derechos Humanos. Como explica la artista en entrevistas, en ocasiones va al día siguiente del atentado y con trapos recolecta la sangre. La sangre permanece fresca en la intemperie y bajo el sol, dependiendo de la cantidad, hasta una hora. No sé qué hará la artista con este impedimento. Los fluidos como orines volatilizan aun más rápido en la intemperie y eso los hace de imposible recuperación.

Ahora supongamos que esto es un acto de corrupción y Margolles soborna a la policía o al ejército, o tiene protección del narco, y sustrae lo que quiere poniendo en peligro la investigación. Según Margolles esas telas enormes cubiertas de sangre pasaron los registros de las aduanas y nadie las detuvo, porque ahora, con la vigilancia de los aeropuertos después del 11S que no permiten ni un perfume del Duty Free, podemos literalmente llevar un cadáver en la maleta y pasamos la aduana como si fuera una piñata, ignorando el protocolo internacional sobre el traslado de tejidos o evidencia de un crimen.

Ante estas pruebas lo más lógico es que use sangre de cualquier mamífero que matan en un rastro. Pero como se trata de “creer” que es arte, creen que es sangre de narco. Entonces la obra es un engaño, un espectáculo de feria en donde vive la mujer araña. Esta farsa representa a México y le dice al mundo que nuestro problema más grave, el narcotráfico, es visto como una patraña sensacionalista para el arte y las autoridades de cultura. Un escenario y una idea con nivel de cine de Halloween serie B es nuestra visión de más de 13 mil muertes.

Publicado en Laberinto de Milenio Diario y en Sañales de Humo de la Universidad de Guadalajara.

jueves, 3 de septiembre de 2009

SATURNINO HERRÁN

Nuestros Dioses, Saturnino Herrán.

Los símbolos es la forma que tenemos de ver en lo que creemos, son la imágen que materializa esa fe. La religión existe, en gran medida, por las imágenes que la pintura ha creado para representarla. Gracias a estas imágenes los mitos tienen rostro y presencia para hacerlos parte de la realidad. La Patria existe por los símbolos que la configuran y estos símbolos son decididos por los artistas.

Saturnino Herrán es el pintor que estableció cual debería ser la imagen ideal de México. Los indígenas y mestizos nobles, bellos, prestos al sacrificio, fuertes, dignos y sensuales son una invención de Herrán. El creó el canon que más tarde seguiría Diego Rivera y que tendría su culminación dramática en el cine del Indio Fernández y la fotografía de Gabriel Figueroa. Ese que es hoy un país perdido, extraño y menospreciado es la invención de un joven artista que murió a los 31 años, agobiado por la pobreza, enfermo y sin posibilidad de encontrar los cauces para vivir de una forma digna de su talento. Herrán, influenciado por los pintores españoles Zuloaga y Sorolla aprendió los secretos del color de su maestro Germán Gedovius. Nuestros Dioses, que originalmente fue comisionado para el Teatro Nacional hoy de las Bellas Artes, quedó inconcluso por la muerte del pintor. Esta obra realizada con gran dificultad por la falta de espacio en su estudio, está en parte en la colección Blastein.

Nuestros Dioses es la imagen del México idílico de la poesía de Ramón López Velarde, de esa patria a la cual se puede venerar como a una religión y adorar a sus héroes como dioses. Los pasos para crear la Eneida de la historia de México los dieron López Velarde y Herrán juntos. Los indígenas son bellos, estilizados y no demuestran la violencia y el apetito por las víctimas que era parte de la historia cotidiana del México Prehispánico, al contrario, con sus tocados de plumas, sus vestuarios lujosos y elegantes, están más cerca de los carteles del Art Noveau de Alfonse Mucha que de la sangre de los sacrificios realizados para que el sol saliera cada día. La estilización que implantó una belleza que los hace míticos es la idealización que configura el símbolo venerable de la Patria. Herrán amaba las imágenes que el consideraba que representaban a México y con su enorme talento se dedicó a recrearlas. Para él el realismo social jamás hubiera sido congruente con sus emociones. Herrán veía en la exaltación la medida justa de representación del ideal patrio, de la amada nación. Sin embargo no es una nación feliz, no es un sitio utópico, en sus dibujos, los rostros de Herrán trasmiten la tristeza de su condición, la pobreza que él mismo vivía y que compartía con los expulsados del campo, a los que la sociedad criminaliza y margina.

Si comparamos el país que creó Herrán y el país que tenemos ahora, no hay ya rastro de aquel. La cultura popular que se exalta es una ridiculización de la sociedad, no hay emblemas, hay clichés y modas repetidas. Hoy es indignante retratar con dignidad a México. La imagen del país en el arte, “nuestros dioses” son los luchadores y el narco, y cualquier intento por mostrar otro rostro se ve como una acción decadente, reaccionaria y pasada de moda. Es una virtud ridiculizar a México. El kitch de la publicidad del gobierno convierte a México en un permanente anuncio turístico. Es tan falsa la imágen que inventan los artistas contemporáneos como la que inventa el gobierno, sólo que la del Estado es desechable y la de los “artistas” se admira en los museos.

La pintura es la que está más cerca de hacer ver a México con una óptica más real y sin consideraciones gratuitas o chistes fáciles. La pintura de Daniel Lezama nos da un país que existe y su estatura como artista no desciende por el tema que elige. Herrán creó un México que debemos ver hoy como una pérdida profunda. Porque una nación tiene derecho a conservar sus mitos y que estos sean apasionantes, enaltecedores. Ahora que somos más complacientes, que la denuncia en el arte contemporáneo no existe y que exacerbamos la mediocridad, la estulticia y la barbarie, recordar que hubo un artista que miró a sus antepasados como personajes épicos, es esperanzador. Herrán no le tuvo miedo a ser virtuoso ni a creer en las virtudes de su nación. Sin cerrar los ojos a la terrible situación en la que vivimos, es revelador que el arte encumbra hoy la degradación para rehuir o de la denuncia o de la recuperación de un ideal que pudiera ser ejemplar. Ya no existe el México de Herrán.

Publicado en Revista Antídoto Septiembre 09, www.revistaantidoto.com